La controversia de Valladolid
«Frente a los extremismos, nos vendría bien dejarnos inspirar por el espíritu de los disertantes en el Colegio de San Gregorio»
Tras leer el programa de celebraciones y actos con motivo del 475 aniversario de la Controversia de Valladolid, en la que se debatió sobre los ... naturales de las nuevas indias, me pregunto si tantos congresos y exposiciones servirán para contrarrestar las gravísimas violaciones de los derechos humanos del presente. Porque, aunque creo en el poder transformador de la agenda cultural, estoy convencido –al igual que Domingo de Soto y Francisco de Vitoria– de que tan importante es predicar como dar trigo.
Cabría señalar que el horno no está para nostálgicos bollos históricos. O quizás sí, sea oportuno, justo y necesario traerlos a colación. Sin duda, España, Valladolid (y Salamanca, añado) tienen un lugar memorable en la historia de las ideas, del humanismo y del reconocimiento de la dignidad de todas las gentes. Puede venir bien recordarlo para no perder viejos ideales, sobre todo cuando matan niños de hambre, asesinan médicos o periodistas, cazan inmigrantes o queman pobres por crueldad. Ni siquiera el cristianismo en su versión más empática y caritativa se respeta en el actual contexto de insensibilidad frente a las atrocidades.
La sociedad vallisoletana siempre ha estado comprometida con las causas justas. Ejemplos memorables nos ofrecen José Jiménez Lozano, Teófanes Egido, o Segundo y Santiago Montes (y su hermana Catalina). También, por supuesto, con su crítica a la intolerancia, Delibes en El hereje. Por ello no parece inapropiado reivindicar esta seña de identidad con efemérides, si no se pierde de vista que la concordia se demuestra respetando, no atacando sin piedad al rival, deshumanizando a los otros o amenazando sin escrúpulos con hacer daño.
Frente a los extremismos, nos vendría bien dejarnos inspirar por el espíritu de los disertantes en el Colegio de San Gregorio. Todos ellos tuvieron muy en cuenta las enseñanzas de Francisco de Vitoria (o de Burgos), profesor en París, Valladolid y Salamanca. El maestro más célebre de aquella época denunció desde su Cátedra los abusos que le relataban aquellos monjes fundadores de las primeras universidades americanas, en La Española (actual República Dominicana) o la Nueva España (México). Y pudo ser condenado por ello, pues entonces como ahora había patriotas tan radicales que le hubieran llevado a presidio.
Hoy los extremos coinciden en su deseo de buscar la cárcel para todo adversario político, ya sea con el pretexto del fuego o las venganzas por cuentas pendientes. Poco imbuidos parecen por el espíritu de los dominicos. Tal vez considerarían a Bartolomé de las Casas un traidor peligroso, y a Domingo de Soto, el árbitro de la disputa, un tibio débil, poco leal con el imperialismo. Soto, por cierto, fue pionero en formular la teoría de la gravedad de los cuerpos, un siglo antes que Newton. También diseñó una escalera admirable para ascender al claustro alto del salmantino Convento de San Esteban, en cuyo ángulo superior se puede contemplar el detalle de una mujer recostada, leyendo un libro. Precioso símbolo, digno de una visita, fotos y reflexiones sobre el poder de la femenina sabiduría.
Mujeres y hombres abiertos al debate de ideas diversas precisamos, no radicales sectarios con disciplina extrema de partido. Ojalá la iniciativa del consistorio pucelano pueda convocar de verdad a personas de pensamiento plural. Ya veremos.
En todo caso, si la pretensión es que nuestra tierra se reconozca como el origen de las leyes de defensa de la persona – propósito en el que la historia nos da buenas razones – parece conveniente dar pruebas adicionales de que hoy nos importan tanto o más que ayer. Nuestra identidad europea, cristiana y civilizada debería ser un rasgo evidente en cada proceder, no una pose o un pretexto más para atraer turistas.
Y dejo claro que me parece bien emplear estos eventos para promover las visitas a una ciudad tan bella, con tanta historia y cultura admirable. Los viajeros de la América hispana harían bien en visitar San Gregorio antes que el Bernabéu, porque muchos ya no saben quién fue Vitoria ni les importa los suficiente su mensaje en torno a la necesidad de comunicación fraterna. Y es que las gentes que recuerdan el pasado prefieren debatir en paz para resolver sus problemas, sin incurrir en los errores de la más terrible historia.
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