La revolución dirigida: Cataluña tras la sentencia del 'procés'
Tribuna ·
No es la lucha por la independencia lo que se está dando en Cataluña en estas semanas. Es el intento, desesperado y agónico, de unos políticos que lanzaron a una sociedad al abismo y ven ahora mismo que son ellos los que están al borde del precipicioParece haber un acuerdo general de que nunca se ha visto que un representante del Estado, el presidente del Gobierno catalán, encabece y aliente la ... revuelta de parte de la población contra otro de los poderes del Estado, el judicial. Mucha gente se asombra de que Quim Torra dé alas a los manifestantes que provocan destrozos públicos. No debería, sin embargo, asombrarnos mucho. Ni siquiera es nuevo. Ya lo han puesto en práctica el populismo y el maoísmo.
En un interesante librito, José Luis Villacañas disecciona las estrategias políticas del populismo, tan en boga en las últimas décadas. Villacañas observa que el político populista ocupa el poder desde su posición en el Ejecutivo o en el Legislativo y al mismo tiempo se encuentra en la zona antiinstitucional de la sociedad. Es el encargado de hacer cumplir la ley y el que pide que los ciudadanos desobedezcan la ley. Quim Torra es un ejemplo de manual: tiene el mando de la Policía autonómica catalana, los Mossos de Esquadra, a los que envía a las calles para que frenen a los manifestantes y, por otro lado, afirma que volverá a desobedecer las leyes convocando otro referéndum. No es el único, todo sea dicho. No hace tanto la alcaldesa de Barcelona exigía que se cumplan las leyes que a ella le interesan, mientras afirmaba que solo había que cumplir las leyes que no vayan en contra de la democracia, a la que definía según sus intereses.
Este modo de actuación, tan de moda en las dos ultimas décadas, tiene un antecedente bien conocido: la Gran Revolución Cultural Proletaria instigada por Mao entre 1966 y 1969. «Es justo rebelarse» y «disparad contra el Cuartel General»; con frases como estas, Mao animó a los estudiantes para que fueran la vanguardia revolucionara, los famosos guardias rojos de la revolución. Era una fórmula ingenua, ya que la rebelión estaba dirigida por él mismo desde la cúspide del poder, y cuando consiguió sus objetivos, desperdigó a los estudiantes por la China profunda y alejada de Pekín, con la excusa de que tenían que aprender las costumbres del campesinado, para neutralizar el poder que habían adquirido. Mao simplemente buscaba eliminar la disidencia interna, acaparar todo el poder en su persona. Venció, eso sí, a costa de destruir el Partido Comunista Chino, que fue ya solo un altavoz de sus ideas y caprichos, como bien cuenta Antonio Elorza en 'Utopías del 68' en una cita de Simon Leys. «Es justo rebelarse» fue, además de una de las consignas de Mao, la frase que más influencia ejerció en la educación sentimental de la izquierda europea del último cuarto del siglo XX, como analizó Gabriel Albiac en 'Mayo del 68. Fin de fiesta'.
Cincuenta años después de que Mao la utilizara para dar la batalla en una lucha personal, sigue resonando aunque no sea en su literalidad. No sería de extrañar que si Torra se viera acorralado, animase a los jóvenes, y a los no tan jóvenes, a destruir la Generalitat. Hasta ahora ha conseguido destruir (junto con la inestimable ayuda de Carles Puigdemont) el partido que representaba el catalanismo moderado y la convivencia en Cataluña entre personas de ideologías distintas. Todos sabemos que, en momentos de convulsión política, la llamada a actuar contra el revisionismo o su sinónimo, el moderantismo, surte efecto. La razón es superada por el sentimiento: saberse llamado a 'protagonizar' un hecho histórico genera mucha adrenalina y exime de responsabilidades pues forma parte también de la educación sentimental mencionada la convicción de que la Historia siempre juzgará benévolamente a quien actúa guiado por las buenas intenciones, aunque solo sean buenas para él y los resultados sean nefastos.
Torra sabe que la estrategia política puesta en marcha por Artur Mas, seguida por Puigdemont y continuada por él ha llegado casi a su fin. Han logrado dinamitar la convivencia en Cataluña, han eliminado el partido político donde comenzaron, van camino de lograr que el Gobierno autonómico desaparezca de Cataluña durante mucho tiempo. No es la lucha por la independencia lo que se está dando en Cataluña en estas semanas. Es el intento, desesperado y agónico, de unos políticos que lanzaron a una sociedad al abismo y ven ahora mismo que son ellos los que están al borde del precipicio.
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