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Varias personas con mascarillas, pasean este martes por Madrid. Miguel Osés / EFE

Relajación sin mascarillas

Editorial ·

La gripalización del coronavirus no debería llevar a las administraciones responsables a trivializar su presencia

El Norte

Valladolid

Miércoles, 20 de abril 2022, 00:03

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El final de la obligatoriedad del uso de mascarillas en interiores coincide con el inicio de la primavera y la activación de la vida social al aire libre. El momento elegido para desescalar la medida de protección responde tanto a la evolución positiva de la pandemia y a una presión sanitaria más soportable como a la certeza de que los ciudadanos recurrirán menos a encontrarse en espacios cerrados. Ello, unido a la prudencia recomendada por el Ministerio de Sanidad a las personas de más edad, a quienes cuenten con factores de inmunodepresión o estén afectados por alguna patología grave permitirá que el nuevo paso hacia la normalidad no revista especiales peligros para la transmisión de la covid.

Aunque la gripalización del coronavirus tampoco debería llevar a las administraciones responsables de su contención a trivializar su presencia obviando la información debida sobre sus características e incidencia, dando por supuesto que aunque se produzcan rebrotes estos no generarán olas preocupantes, y que la eventualidad de que surjan nuevas variantes tampoco desencadenará episodios fuera de control para una Atención primaria saturada y desincentivada.

Establecida la excepcionalidad de los centros sanitarios y sociosanitarios así como los medios de transporte, en los que continuará siendo obligatorio el uso de mascarillas, el decreto acordado por el Consejo de Ministros de ayer podía haber sido más explícito en cuanto a la aplicación de la norma en empresas y administraciones públicas. Tanto por los riesgos que la convivencia de horas en un mismo lugar entraña para la salud y el bienestar de cada uno de los trabajadores y sus respectivas familias, como por el impacto que un brote epidémico llegaría a tener en cada caso.

Pero, a falta de ello, corresponde a cada compañía y a cada administración velar por que la interacción productiva no acabe a merced de cualquier cadena de transmisión cuando la distancia interpersonal sea habitualmente inferior al metro y medio. Sin que por ello deba el Gobierno dar por buena su omisión inicial cuando afloren problemas de interpretación de la norma y disonancias a la hora de garantizar que las empresas no sean lugares propicios al contagio de ómicron o de otras variantes. Del mismo modo que la continuidad del uso de mascarillas en medios de transporte deberá contar con pautas de ejecución y supervisión especiales teniendo en cuenta que nos adentramos en un clima de relajación creciente.

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