Reforma laboral y reforma del trabajo
«Reformar leyes es sencillo o complicado, necesario o conveniente, aconsejable o inoportuno, depende; pero reformar cultura empresarial y laboral va a ser imprescindible»
Aunque el asunto de qué hacer con la reforma laboral de 2012 viene planteado desde el comienzo de la legislatura, es bien patente que en ... los últimos tiempos ha recobrado actualidad en un contexto, y probablemente con unos objetivos, bastante distintos. Nunca dejó de estar en el candelero, pero una vez que el acuerdo para formar el Gobierno de coalición lo incorporó al programa común con compromiso formal de derogación, la intensidad del debate ha ido creciendo hasta convertirse en un elemento de riesgo para la estabilidad. El riesgo parece de momento conjurado, al menos en lo que atañe al procedimiento interno y a la atribución de las decisiones; pero están pendientes los contenidos y eso es lo que sigue generando inquietud, tanto entre los grupos del Gobierno, como entre los agentes sociales, empresarios y sindicatos, e incluso con Bruselas, siempre pendiente de decisiones con fuerte incidencia en la eficacia de los cuantiosos fondos de recuperación para afrontar la crisis postpandemia.
Lo cierto es que el contexto es delicado: es una verdad incontestable que, en un sistema económico de libre iniciativa y de riesgo en la inversión, el empleo es creado y sostenido mayoritariamente por las empresas, de manera que los cambios en el marco regulador de las relaciones laborales exigen cuidado, equilibrio y el mayor consenso posible, especialmente en tiempos de crisis, pues la incertidumbre y la inseguridad no son buena compañía para la recuperación. Baste observar que hay ahora mismo algunos factores condicionantes de la evolución económica (la inflación, la deuda, la fiscalidad, las cargas sociales, la solvencia, entre otros) que hacen aún más necesaria la prudencia en los cambios en materias tan delicadas como lo es esta. Siendo así, no sería bueno ni razonable utilizar la reforma laboral como banderín de enganche, convirtiéndolo en señuelo para marcar diferencias ideológicas o estratégicas precisamente en este momento, o aprovechando la tramitación de los presupuestos para elevar el listón y tensar la negociación de los contenidos.
Dicho esto, tampoco tengo duda de que, en la reforma laboral de 2012, época de mayoría absoluta del PP, se fue un tanto la mano. Apretaba por entonces con fuerza la crisis de 2008, con un impacto en las empresas y en el empleo verdaderamente demoledor, y se pensó que lo que convenía en aquel desaforado ambiente de recesión y de restricciones para facilitar la contratación era dar facilidades a las empresas, modificando a su favor los elementos claves del equilibrio en las relaciones laborales.
Así ocurrió, entre otras cosas, en los cuatro aspectos más fundamentales que me limito a mencionar, pues su consideración a fondo exigiría un amplio tratamiento que excede con mucho los límites de este comentario. Fue el caso de los convenios colectivos, donde se invirtió la prioridad entre convenio de sector y convenio de empresa, a favor de éste, generalmente considerado como menos favorable a los trabajadores por estar negociado con los condicionamientos de la 'distancia corta', además de eliminar la llamada 'ultra actividad' que permitía mantener la vigencia de un convenio extinguido hasta que fuera sustituido por otro de nueva negociación. Fue el caso de la modificación de las condiciones laborales, donde se abrió la posibilidad de alteración unilateral por parte del empresario, con determinadas condiciones y a falta de acuerdo. Fue el caso de la temporalidad, a menudo vinculada también a la prestación a tiempo parcial, donde se amplió la posibilidad de encadenamiento de contratos sin causalidad suficiente. Fue, en fin, el caso del despido, modificado particularmente en el aspecto indemnizatorio, con sustancial rebaja cuantitativa en la proporción de días a abonar por año trabajado.
Sería, pues, oportuno que, al menos en estos aspectos, se pudiera recuperar algo de equilibrio de forma convenida, teniendo en cuenta la situación legal preexistente a esa reforma de 2012 y también las circunstancias presentes y futuras de las empresas en un escenario tan complicado como el que muchas atraviesan y en una perspectiva de aumento del empleo para la que no vendrá bien ni la pretensión de una derogación radical que genere vacíos e inseguridad, ni la rigidez de unas posiciones que impidan o dificulten la negociación y los acuerdos.
Pero hay algo más. Cuando en el título inicial contraponía la reforma laboral y la reforma del trabajo lo que estaba pensando es que para un planteamiento serio de las relaciones laborales en un futuro cada vez más próximo no bastará la reforma del marco legal si no va acompañada de una reforma del sistema de trabajo. Un informe reciente del Foro Económico Mundial aseguraba que en un plazo aproximado de cinco años en adelante la sustitución de trabajos conocidos por trabajos nuevos alcanzaría proporciones espectaculares; su pronóstico es que desaparecerán 85 millones de trabajos de categorías conocidas y aparecerán 94 millones de trabajos de nueva configuración; el 80% de los trabajos que se requerirán en un futuro son desconocidos actualmente; la distribución entre carga de trabajo asumida por personas y por máquinas se situará en mitad/mitad. Agobia un tanto pensarlo. Cada día hacemos alegatos sobre lo que está suponiendo y supondrá la digitalización de la economía, la robotización de los procesos industriales, el teletrabajo, la aplicación de la inteligencia artificial en el funcionamiento de las empresas y en el I+D+i, pero nos cuesta un triunfo poner en marcha las transformaciones que son y serán necesarias; en los tipos y tiempos de trabajo, en las formas de trabajar, en la formación especializada, en las titulaciones exigidas, en el reparto del empleo, y en tantos otros aspectos que el nuevo mercado de trabajo está poniendo ya en escena. Enumeraba también ese informe algunas de las nuevas profesiones que serán objeto de especial demanda; y citaba supuestos tan sugestivos como la tecnología del agua, la configuración y manejo de drones y avatares, la programación y gestión de los big data, la electrónica aplicada, el diseño en tres dimensiones, pero también la atención a personas, la telemedicina o la biogénesis, sólo por poner algunos ejemplos.
Así que es muy probable que revertir la reforma laboral, en más o en menos, no será suficiente para abordar los problemas del mercado de trabajo, pensando sobre todo en los jóvenes, que son quienes sufren más drásticamente el desempleo o el subempleo, y en las futuras generaciones, que se encontrarán de lleno con ese nuevo escenario. Y sería muy conveniente que la una y la otra, la reforma laboral y la reforma del trabajo, se acerquen y, en la mayor medida posible, caminen juntas. Reformar leyes es sencillo o complicado, necesario o conveniente, aconsejable o inoportuno, depende; pero reformar cultura empresarial y laboral va a ser imprescindible.
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