Mil noventa y cinco días después
Desde entonces, nada es lo que parece; tampoco es lo que fue. Ni siquiera nosotros somos ahora lo que parecemos, ni somos quienes fuimos
Los camiones militares en las calles. Los columpios precintados en los parques. Los bancos vacíos en las plazas. Las colas extendidas en el súper. Las ... colas extendidas en las farmacias. Las colas extendidas en la Cruz Roja. Los trajes EPI. La codicia entre los pliegues del papel higiénico. Los comisionistas carroñeros. El haz y el envés de las mascarillas, su vida útil, su precio indecente, su escasez. La distinción social de una FFP3.
Las comparecencias inacabables de los responsables ministeriales y autonómicos. La indigestión diaria de cifras con colores de semáforo. Los eufemismos dedicados al bicho. Las explicaciones absurdas. Las teorías delirantes. Los profetas en bata. Los milenaristas en calzoncillos. Las instrucciones precisas para quitarse unos guantes de látex sin contaminar el entorno. La solidaridad espontánea. Las abuelas costureras y sus mascarillas caseras de telas estampadas. Las mamparas. Las pantallas faciales. El gel hidroalcohólico. Los productos abrasivos de limpieza y el síndrome de Howard Hughes.
La sobredosis diaria de bulos. El fin de los abrazos. El saludo melindroso y hortera con los codos. Las caras sin gesto. Las gafas empañadas. El paraíso celestial de los rumores. Los ionizadores de aire. La luz ultravioleta en las tiendas de ropa. El test de antígenos. Las PCR. Las críticas al sistema. El abucheo oportunista. La batida diaria contra los deslices. La eterna matización. La legislación cogida con hilvanes. Las normativas escritas en servilletas de papel. Las farras de Boris Johnson. El infierno en la casa del maltratador. La contradicción eterna sin propósito de enmienda.
Los aplausos vespertinos. Las canciones recurrentes. Los arcoíris de plastidecor en las ventanas. Las llamadas a los abuelos. La soledad compartida. La ventilación forzosa. El aumento indomable de contagios. Las muertes inasumibles. El índice rampante que jamás se encorva. El horror oculto de las residencias. Los triajes. La batalla de los hospitales. Los testimonios. El miedo. La tristeza. El aplomo. El espanto. La incredulidad. Las reflexiones atropelladas. Las conclusiones inoportunas. Las previsiones gratuitas. Las conversaciones a voz en grito desde el balcón. Las bolsas de comida junto a las puertas. Las visitas de descansillo. Las personas de riesgo. El lujo de los respiradores. Las actividades imprescindibles. Los salvoconductos. Los desobedientes libertarios. Las multas ilegales. Los aprovechados. Los mentirosos. Los panes caseros y la escasez de levadura. Las confidencias atribuladas al espejo del baño.
Los niños sin besos. Los viejos sin abrazos. Los jóvenes sin caricias. La conspiración infinita y el 5G. La multiplicación de los expertos. Los negocios arruinados. Los empleos perdidos. La teleasistencia. Los ERTE. Los corzos asustados. Los jabalíes sueltos. Las mascotas paseantes de amos. La primavera sin risas. El mes sin coche. La fumigación matinal. La suspensión de los funerales, el aplazamiento de las bodas. Las clases por videollamada. El teletrabajo forzoso. Las quedadas del zoom. Las abdominales de salón. El abismo bajo nuestros pies. Los rastreadores. Las fases. El grial de la vacuna y sus enemigos. La desescalada. Las olas. El calendario suspendido. Los supervivientes. Las bajas con cuarentena. Las prórrogas. La ventanilla digital. Los exámenes online. La comida a domicilio. Los trabajadores esenciales.
Hace tres años creímos que todo aquello duraría 15 días. Desde entonces, nada es lo que parece; tampoco es lo que fue. Ni siquiera nosotros somos ahora lo que parecemos, ni somos quienes fuimos. El acontecimiento nos ha pasado por encima, como hacen las olas del mar cuando ven a un niño jugando descuidado en su orilla.
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