Crónica de un anuncio saturado
La quietud que bien pudiera haber sido pretendida por usted y su familia no está incluida en el precio final, ni aparece detallada en la memoria de calidades
Se vende piso céntrico en casa augusta, completamente reformada y singular, dotada de aislamiento térmico, hídrico y acústico. Una vivienda excepcional de tres habitaciones equipadas ... con baño individual, dispuesta en el segundo piso de uno de los edificios más elegantes y distinguidos de la ciudad, donde la piedra caliza del zócalo exterior luce con dignidad cuantas cicatrices decidió dejarle de recuerdo el curso de los años, al tiempo que se atreve a trepar con gracia y estilo por las aristas.
Una construcción audaz que ha sabido conciliar su hermosa fachada historiada al gusto parisino, anterior a la Gran Guerra y a las vanguardias inquietantes, con los balcones de carácter castellano, más longevos y estables que el horizonte del páramo; sólidos aunque esbeltos, rayanos en los tres metros de altura y cuyos vanos luminosos –queda hecha la advertencia desde este mismo instante– jamás podrá abrir para disfrutar de la quietud que acaso haya usted supuesto por defecto, no solo en el interior de la vivienda, sino también en el entorno de las calles peatonales que componen nuestra diminuta y exquisita ciudadela, protegidas del tráfico y el humo de los coches obsoletos que se agolpan y giran a su inmediato alrededor a todas horas, como aquellos lakotas hostiles que acosaban en círculo al general Custer en Little Bighorn, o como aquellos otros caballeros del Séptimo de Dragones, tan brutos y desaforados como una panda de húsares borrachos, que le hicieron la misma faena a Napoleón en Waterloo.
La quietud que bien pudiera haber sido pretendida por usted y su familia a cualquier precio –imaginamos–, si es que finalmente decide gastarse el equivalente al botín del Dioni en esta excepcional vivienda, no está incluida en el precio final, ni aparece detallada en la memoria de calidades adjunta al contrato de compra, ni está garantizada por los fabricantes de cuantos materiales han sido utilizados.
Si ese es el caso, y usted pretende comprar metros cúbicos de silencio, reciba de antemano el aviso de que no habrá murmullo de desayunos mañaneros, ni conversación acuadrillada de tapeo, entre cañas, voces, vinos y risas, ni carcajada suelta o en corifeo entre globos ahítos de hielos y cardamomos a la hora de la siesta, ni grito furibundo y pastoril de despedida por la noche que brotado en la entraña de las terrazas próximas a este palacete urbano no logre colarse de algún modo inexplicable entre los resquicios subatómicos del muro, de las capas aislantes fabricadas con lana de roca, del corcho natural y del poliestireno expandido, de los vidrios separados por una cámara de vacío y de las capas de yeso hasta alcanzar las cavidades vellosas que conducen al mecanismo delicado de sus tímpanos.
Sepa que todo ese ruido, potencial comprador, habrá de acompañarlo siempre; que a pesar del aislamiento y el dineral que decida transferir a nuestra cuenta, notario mediante, el rumor de las sacrosantas e intocables terrazas, que han logrado convertirse en el símbolo contemporáneo de la prosperidad de Occidente y en la niña malcriada de todos los ediles, se paseará por su baño cuando se duche y por su dormitorio cuando intente dormir; que habrá de acostumbrarse a mantener su casa sellada a cal y canto si en alguna ocasión pretende usted escuchar sentado en su sillón favorito y sin auriculares –como hacía antes– algo de Bach o de Led Zeppelin, o meditar bañado por el sol que filtran las cortinas de su salón, o entender alguna de cuantas conversaciones haya podido mantener Liv Ullman en una película de Bergman.
Se vende piso en zona saturada por el ruido y una vez hecha la compra no se admitirán reclamaciones, ni aspavientos, ni –por supuesto– malas caras.
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