Nosotros, el pueblo
Las generaciones nacidas tras la aprobación de nuestra Carta Magna se desenvuelven en un entorno tan insalubre y abracadabrante que podrían convertirse en presas de cánticos similares a los voceados desde Washington
Perdura un relajo en torno a que el régimen de nuestras libertades prevalecerá. En realidad, la democracia es como los frutales: hay que estar pendientes ... de que no se subvierta su esencia, arraigo o perdurabilidad por la perturbación y que no proliferen hongos que la parasiten o aniquilen. El Sistema alumbró a sujetos procelosos como Donald Trump y su influjo se extendió hacia otros espacios más allá de su feudo. Bolsonaro en Brasil, las veleidades de Hungría, Polonia o la subversiva Turquía nos han alertado sobre la idea de que en las alcantarillas aguardan quienes pretenden modelar a las sociedades laxas en las que nos hemos convertido los pretenciosos y autoproclamados límpidos occidentales. La dorada Unión Europea no está exenta del contagio, al margen de las naciones citadas. Sin ir más lejos, Vox y su corifeo han acomodado y propalado el discurso del aún presidente de EE UU. Emplean como 'leitmotiv' que el Gobierno de España es ilegítimo, en palabras de los abascales. Nuestro bienestar depende del fulgor de exuberancia contenida de un apreciado bonsái que escudriñan solo los inquietos.
La profusión caligráfica del texto genuino que encabeza la Constitución estadounidense («We the people», nosotros, el pueblo), seguido de una declaración bienintencionada, ha sido ultrajada y alentada por quien debería haber sido su baluarte. Las generaciones nacidas tras la aprobación de nuestra Carta Magna se desenvuelven en un entorno tan insalubre y abracadabrante que podrían convertirse en presas de cánticos similares a los voceados desde Washington. Nosotros, el pueblo español, no podemos abstraernos de la realidad social y de la previsible horda de desamparados que provengan fruto del desaliento. Siempre y cuando queramos seguir teniendo el control, claro.
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