¡Qué pobres son los ricos!
«Y es acaso por ello que el capitalismo se adorna de virtudes que tienen mucho de falacia y poco de verdad. Valores sin auténtico valor que no nos hacen mejores, sino que conducen a un mundo cada vez más deshumanizado»
Sánchez tira de chequera para aplacar a los presidentes no nacionalistas». Así titulaba este periódico hace unos días la noticia del encuentro de la conferencia ... de presidentes que tuvo lugar en Salamanca. Reparto de millones a cuenta de dos conceptos que son –en realidad– dos carteras de crédito o préstamo: el Fondo Europeo de Resiliencia y Recuperación, por un lado; y el que va a financiar las medidas que se tomen contra la despoblación, por otro. Vistas las cosas de tal modo, no cabe sino dar la razón a quienes identifican el dinero con una «unidad de deuda». Pues parece que Sánchez «debería» o «habría de contentar» a los presidentes y barones autonómicos «no independentistas».
Lo que lleva a preguntarse sobre el sentido profundo del dinero y sus orígenes: por qué existe o si resulta tan inevitable su existencia como se suele suponer; y –todavía más importante– por qué acostumbra a relacionarse al mismo con el progreso. Semanas atrás, Jeff Bezos, uno de esos multimillonarios de riqueza inconmensurable que acababa de realizar lo que, supuestamente, es una gran hazaña –darse una pequeña vuelta fuera de la órbita terrestre– sintetizaba muy bien esta misma idea al salir del cohete costeado por él. «Gracias a todos los trabajadores y clientes de Amazon: ¡Vosotros habéis pagado todo esto!», dijo el arrogante personaje, ataviado con un enorme sombrero vaquero tan ridículo y (seguramente) caro como su viaje. Ya que –según certeramente ha apuntado Íñigo Errejón–, lo que venía a decir Bezos no era tanto que la humanidad avanza por la magnanimidad de individuos de su clase, sino más bien que «gracias al trabajo duro de sus empleados», el exjefe y fundador de Amazon ha podido permitirse un vuelo estratosférico a mayor gloria suya.
Puesto que ahí radica una de las más inquietantes obsesiones de los nuevos magnates: en la necesidad de justificar su obscena riqueza con la filantropía o con una suerte de misión para la redención de la humanidad. Y es acaso por ello que el capitalismo se adorna de virtudes que tienen mucho de falacia y poco de verdad. Valores sin auténtico valor que no nos hacen mejores, sino que conducen a un mundo cada vez más deshumanizado.
La primera trampa es esa de que el dinero, como pretendido sustituto del trueque, constituyó un hito del progreso humano. Antropólogos como Sahlins o Graeber han desmontado dicho mito, así como la falsedad etnológica de la propia sucesión de lo uno a lo otro. Dice este último: «El dinero no ha sido más 'inventado' que la música, las matemáticas o la joyería. Como tal, es probablemente tan antiguo como el pensamiento humano».
La segunda mentira sería aqualla que se ajusta al proverbio de que «dinero llama a dinero». En otras palabras, que el hecho de que surjan y pululen cerca de nosotros los muy ricos hará que existan menos pobres. Cuando las grandes hambrunas históricas comenzaron –precisamente– en la medida que iban siendo solo unos pocos quienes tenían la llave del granero general y todos dependían de la misma para alimentarse.
La tercera y postrera añagaza consiste en la convicción generada entre las masas de que una práctica en boga –la de defraudar al fisco– Ne produce porque los ricos (pobrecitos ellos) ganan tanto que se resisten a tributar en proporción a la fortuna ganada –y tantas veces no declarada–. Pero más bien sucede lo contrario: los ricos también lo son porque no pagan lo que tendrían que pagar.
De manera que parece cierto lo que el evangelio de San Mateo pone en boca de aquel galileo con fama de radical y potencial terrorista contra el imperio: «Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja que un rico entre en el reino de los cielos». Dejando aparte los probables errores de traducción, sucede que, si aplicamos un significado literal al mencionado reino, quizá la frase sea contradicha por el poder del dinero; dado que Bezos y sus colegas –esos sí– están ya «tomando el cielo por asalto» y, cuando los justos lleguen a alcanzarlo, puede que se encuentren con que la estrella a la que antaño iban a parar las almas inmortales tiene ahora propietario. Y hay que pasar por taquilla para entrar.
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