Pasaportes de legitimidad
«El grito, la pancarta, la ostentación, la reivindicación, el sello oficial hacen que todo sea más evidente y auténtico»
Hay cosas, emociones, sentimientos, comportamientos, estados, que solo adquieren realidad cuando se las nombra. Sucede un poco también con la enfermedad: muestra su rostro más ... desagradable cuando se diagnostica. Remotamente, hasta podría parecerse a lo que decía Alexandr Soljenitsin sobre el estalinismo: se desmoronará cuando alguien diga la verdad. Las cosas –buenas o malas– necesitan algo en lo que sostenerse, un andamiaje que soporte su peso de realidad. Tengo la impresión de que eso ha sido la aparición de Vox para mucha gente: una certificación, una garantía, un referente.
Desde que está Vox, muestran lo que antes ocultaban; pueden exhibir sus auténticas opiniones sobre la homosexualidad, sobre el racismo, la inmigración, las dictaduras, el feminismo, la violencia de género… Opiniones que antes les avergonzaban, que no se atrevían a mostrar fuera de sus círculos más íntimos y que ahora explicitan a voz en grito, con un orgullo no exento de provocación. La formalización de ese partido político ha dado carta de naturaleza a lo que se silenciaba. Autoriza a mostrar lo peor de nosotros mismos.
Ustedes me dirán que el silencio, que la impostura, no mejora las cosas. Que el racismo, la xenofobia y el machismo existen independientemente de que se asuman o no se asuman. Es cierto, aunque también es mentira. El grito, la pancarta, la ostentación, la reivindicación, el sello oficial hacen que todo sea más evidente y auténtico. Hacen que seamos peores si lo que asumimos y defendemos, lo que gritamos sin vergüenza, es algo rechazable y dañino.
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