El otoño, su serenidad y otros comienzos
«Como sucede con las estaciones, tras un invierno de desastres ha de llegar, sí, la renovación de la vida o –al menos– un cambio de ciclo»
E l anteproEl otoño resulta más otoño cuando se han cumplido suficientes años como para ver con lejanía la juventud. Y los grises o rojos ... del paisaje acrecientan nuestra melancolía. Por fortuna, el verano se resiste a morir –todavía– y nos regala los últimos días de buen tiempo. Pero, por lo demás, el panorama sigue sin ser demasiado alentador. E incluso cabe imaginarse que no faltan ciertos signos inquietantes anunciando un futuro oscuro: seísmos, volcanes que entran en erupción, bandadas de gaviotas que mueren sin saberse bien por qué… Aunque se tratara de una instalación artística efímera, también –y casi premonitoriamente– el Arco del Triunfo de París era envuelto o embalado en tela plateada de polipropileno. ¿Regalo envenenado? ¿Metáfora de un mañana preocupante? ¿Símbolo involuntario del secuestro de la libertad que denuncian los manifestantes contra las medidas restrictivas impuestas como consecuencia de la pandemia en varios países europeos? ¿La clausura de la esperanza y del júbilo?
Otoño, vejez y jubilaciones. Los expertos advierten de que cada vez será más difícil jubilarse con pensiones proporcionadas respecto al coste de la vida, a causa de la creciente longevidad de una sociedad ya en sí muy envejecida como la de Europa. Si bien los consensos logrados dentro del marco del Pacto de Toledo –recientemente– asegurarían, por ahora, la revalorización de lo percibido por los pensionistas y la sostenibilidad económica y social del sistema en España. Lo cual tampoco supone una solución definitiva o a largo plazo. Así nos lo recordaban los participantes en la mesa redonda en torno a dicho tema, promovida por este periódico, hace casi una semana. Porque es triste toparse con un horizonte en que muchos jóvenes no consiguen trabajo ni vivienda y buena parte de los mayores se ven progresivamente excluidos.
Unos/as y otros/as necesitan disponer de empleo, casa, sueldo regular y una serie de servicios básicos garantizados. Puesto que lo más importante será que, cuando empiecen su andadura vital, pero –sobre todo– cuando se aproximen al final de ésta, tengan alguna certeza de quiénes son y dónde están. Y hayan podido anclarse a algo, a una previsión de trayectorias deseables, a unas pensiones dignas que les proporcionen esa mínima sensación de seguridad cara al porvenir.
Aun contando con ello, siempre queda –además– el golpe del azar que destruye de golpe lo hasta entonces construido. Atentados, crisis globales, pandemias, lluvias insólitas, inundaciones, terremotos, catástrofes atmosféricas y volcánicas. Vivimos en una época convulsa, de transformación y derrumbe de antiguos órdenes. Unos tiempos en que –muy a menudo– da la impresión de que puede ocurrir cualquier desgracia que se lleve por delante hogares, bienes, logros y tranquilidades. Mientras –en nuestra nación– pocos jóvenes consiguen los trabajos para los que se han preparado y que merecen, teniendo el resto que partir hacia otros países para obtener un mejor empleo. Problema estructural de precariedades y anomalías que se viene arrastrando más allá de los cambios en el gobierno y de las sucesivas reformas laborales. Fracaso colectivo que –para mayor gravedad– repercutirá inevitablemente en el mantenimiento de las pensiones, a pesar de lo ya expuesto al principio.
Sin embargo, no debemos desesperar. Nos adentramos en el otoño. Comienzo del final de un año hacia otro. Igual con las etapas, las edades, las eras. Pues, como sucede con las estaciones, tras un invierno de desastres ha de llegar, sí, la renovación de la vida o –al menos– un cambio de ciclo. No sólo las personas, las colectividades, las naciones, las sociedades tienen que distinguir lo importante de lo que no lo es tanto en el curso de sus existencias. Plantearse unos objetivos fundamentales a los que llegar: encontrar, en definitiva, su lugar en el mundo.
Para, de esta manera, aprender –entre todos– a contemplar con sosiego lo que pasa. También si parece que nos cerca y amenaza una nueva y tremenda hecatombe. Es –probablemente– el final de una época: no el apocalipsis. La serenidad no está reñida, sino al revés, con la tristeza y los colores del otoño.
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