Odio al verano cap. II
Intruso en El Norte ·
«Sé que hay quien escribe libros ahora, pero los 41° de ayer me eliminaron cualquier capacidad de sinápsis y me convirtieron en un escarabajo kafkiano»
Hace un calor como para destetar HDP, que diría Cela. Mi perro Lupo ha visto combustiones y fuegos fatuos en el pinar, pero yo le ... digo que son visiones de sus partes blandas en un ebullición. Pero el calor es inhumano y el verano es más inhumano aún. No hay ya más consuelo que el manguerazo entre las agujas de pino y obviar el sol como mandamiento primero. Y que llegue la noche, claro. Nada se puede pensar, nada se puede escribir. Trampeamos las páginas de los libros de Miguel Delibes para que nos lleven a los días de la helada negra; rezamos para que llegue la berrea por la parte de Cervera de Pisuerga y nosotros, al menos yo, me equivoqué con el bicho, que se ve que resiste al calor mesetario y vuelve a dejarnos otro año sin alegría.
El sudor del duermevela durante el día es agrio, y con las persianas cerradas vamos soñando con trenes que nunca alcanzamos y que van hacia el Mar del Norte, donde tantos amigos se han ido a gozar de las rabas y de unas temperaturas europeas. Al menos es lo que dan a entender en Instagram, que convertido Twitter en un zoco infernal de cazarrecompensas, es un alivio para olisquear con quién andan las musas correspondientes que formaron parte de otros veranos, pero del mismo intruso.
Voy odiando el verano yo, que era niño mediterráneo y que me he vuelto amante de las nieblas cantábricas; de los lugares donde no campa la lagartija, sino el limaco. Sé que hay quien escribe libros ahora, pero los 41° de ayer me eliminaron cualquier capacidad de sinápsis y me convirtieron en un escarabajo kafkiano, de ésos que ya no se creen que el caserón, llegando estos días, es capaz de mantener el frescor de antaño.
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