Año nuevo, ¿vida nueva?
2023 tiene todas las condiciones para ser un año especial, y más aún en el ámbito colectivo: elecciones municipales en todos los Ayuntamientos y regionales en unas cuantas comunidades
De la más tierna infancia recordaremos esta consigna que por estos días resonaba por doquier. «Año nuevo, vida nueva». Con tan sintética expresión se resumían ... todas las buenas intenciones y propósitos para el año entrante, como si cada año nos diera otra oportunidad renovada de corregir defectos y alcanzar objetivos. Al menos, era la ocasión para planteárselo, y lo decíamos así, afirmando, como si la voluntad fuera absolutamente firme. Luego venía la realidad, de mes en mes, y muchas de aquellas expectativas iniciales se iban adaptando o modificando según las circunstancias. No era extraño terminar el año sin que ninguno de aquellos propósitos se cumpliera, en todo o en parte, pero menos extraño aún era que, iniciado el nuevo año siguiente, no se volvieran a formular. ¡Qué quieren que les diga¡ Es el factor humano, y no hace falta más explicación. Por eso me curo en salud y, por si acaso, me expreso en interrogante. Lo hago, además, distinguiendo. Porque una cosa son los propósitos individuales, y cada uno sabrá lo que debe comprometer, y otra cosa son las aspiraciones colectivas, y habrá en ello opiniones y deseos muy variados con vistas al año entrante.
Evidentemente, 2023 tiene todas las condiciones para ser un año especial, y más aún en el ámbito colectivo. Elecciones municipales en todos los Ayuntamientos y elecciones regionales en unas cuantas Comunidades Autónomas (en todas menos en Cataluña, Euskadi, Galicia, Andalucía y Castilla y León, salvo que en alguna de éstas quisieran adelantarse); elecciones generales en toda España. Unas, en fecha fija: último domingo de mayo; otras, depende de los márgenes constitucionales, según cuando se produzca la disolución de las Cortes, pero previsiblemente hacia final del año, pues en noviembre se cumplen los cuatro años de legislatura, aunque es sabido que el Presidente del Gobierno puede adelantarlas. Así que aquí, en nuestro entorno más cercano, municipales en mayo y generales en noviembre; por una vez estamos, a este respecto, en ese pelotón de cabeza de las Comunidades que celebran sus elecciones de forma separada, las que antaño se llamaron «históricas» y aprobaron sus Estatutos de Autonomía mediante referéndum, aunque no tengo yo muy claro que estar en ese pelotón, sabiendo a qué obedece, sea un privilegio.
Visto el calendario, lo más probable es que tengamos que disponernos a una campaña electoral permanente, desde ya para mayo, y desde mayo para noviembre. La cita de mayo funcionará para todos como una especie de primarias para noviembre, tendrán algo de plebiscito anticipado, y entre mayo y noviembre no habrá mucho tiempo para corregir rumbos, de unos u otros, si la tendencia en un sentido o en otro se manifestara con suficiente claridad, que tampoco es muy probable que así sea.
Porque, en efecto, todo hace indicar que las cosas están más bien ajustadas y, siendo así, lo previsible es que esa campaña electoral continuada alcance grados elevados de tensión, teniendo en cuenta que el ambiente político ya viene cargado desde hace tiempo.
La situación es esa: ya nadie mira como primer elemento de análisis lo que los muy variados y frecuentes sondeos otorgan de porcentaje del voto al PSOE o al PP; lo que se mira con más atención es lo que el PSOE podrá sumar con Podemos y los nacionalistas, o lo que el PP podrá sumar con VOX, y de ahí se sacan las conclusiones sobre las opciones de gobernabilidad. La política española se ha configurado como cuestión de bloques cerrados, en tal manera, que la radicalización, ejercida ya como actitud cercana a la hostilidad, se ha impuesto como estrategia general. El PSOE se radicaliza porque no ve otra forma de estabilizar su alianza con Podemos en el Gobierno de coalición y con los nacionalistas, cuyo apoyo parlamentario necesita; el PP se radicaliza porque, tras haber absorbido casi todo el voto de Ciudadanos, no ve ahora otra forma de neutralizar la competencia de VOX. Eso es lo que pasa en los dos principales partidos: uno mira preferentemente hacia su izquierda y otro hacia su derecha; parece como si ninguno se preocupara de extenderse en la zona intermedia, sino solo de afianzar acuerdos, presentes o futuros, hacia los respectivos extremos.
Y es que ya no ocurre lo que ocurrió durante muchos años en el reciente pasado democrático, que el PSOE y el PP no tenían competencia a su izquierda o a su derecha, o era muy limitada, y la partida se jugaba en la zona de confluencia entre ellos; se luchaba más bien por el centro y eso permitía dirigirse a una parte intercambiable del electorado, y eso obligaba a estrategias más moderadas, y eso facilitaba un espacio de contacto y, en última instancia, también de diálogo. Ahora lo que se prefiere y se busca es un electorado de bloque y alineado, intransigente e incondicional a ser posible, más dispuesto a la confrontación política que al acuerdo. No hay una mínima zona de confluencia entre los dos partidos que tienen la posibilidad de gobernar el país y la mayor parte de las instituciones; y menos aún, de complicidad en algo, al menos en algo de lo fundamental. Parecería incluso que ni siquiera hay una frontera, más o menos convenida y vigilada, ni una franja limítrofe neutralizada, expresa o tácitamente; solo trincheras y vallas.
Y como eso no en bueno para el país, o así lo creo yo, será cuestión de desear que este 2023 traiga algo de «vida nueva»; o sea, que la campaña electoral permanente sea viva y disputada, pero que no se ahonde más la trinchera ni se pongan más vallas. Tal vez sea una mera ilusión, vana e ingenua. Que no quede por desearlo.
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