La neutralidad del Rey
«Dejen a Felipe VI en paz las derechas y las izquierdas, y permítanle la necesaria neutralidad»
Don Felipe VI no está en una posición sencilla. Tiene que devolver a la Corona el prestigio y el apresto de que disfrutó durante décadas, ... y que don Juan Carlos dilapidó irracionalmente al entrar en decadencia personal y terminar perdiendo el sentido de la orientación. Y hay que reconocer que el nuevo monarca está esforzándose por cumplir cabalmente su tarea, por llenar de transparencia la institución y hasta, según parece, por reglarla en aquellos aspectos todavía arbitrarios o discrecionales.
La Corona es un elemento crucial de la Constitución de 1978, por lo que no tiene sentido disociarla de su corpus central ni manejar siquiera la hipótesis de prescindir de ella para cambiar la forma de Estado. Durante los más de cuarenta años transcurridos desde la promulgación de la Carta Magna, la sociedad de este país ya ha comprobado que quedaron muy atrás aquellos tiempos de la Restauración que, en los años veinte y treinta del pasado siglo, enfrentaron a los monárquicos conservadores con los republicanos progresistas. Felipe González ha gobernado este país con la misma comodidad que José María Aznar bajo el arbitrio moral de la Corona, encarnación abstracta del pacto de convivencia fundacional.
Por ello, solo los desorientados de aquí confunden todavía hoy el republicanismo con la modernidad y el progresismo, en tanto el monarquismo representaría a la carcundia. Nadie cree que Italia sea más moderna que Holanda por el hecho de no tener un rey. En cualquier caso, las críticas de Unidas Podemos, ERC, etcétera, claramente minoritarias, son legítimas y deberían estrellarse en los muros de la eficiencia institucional de La Zarzuela.
Lo que sería grave es que, al hilo de estas gansadas de algunos «progres» de salón, el panorama político se escindiera de tal modo que el Rey quedara a merced de la batalla entre partidos. Dejen al Rey en paz las derechas y las izquierdas, permítanle la necesaria neutralidad y cesen tanto los extemporáneos insultos como las vehementes defensas que impiden a la Corona recuperar la delicada posición que le corresponde.
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