
La mujer que vota a Vox
LA PLATERÍA EN LLAMAS ·
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LA PLATERÍA EN LLAMAS ·
Un personaje tan bien pintado como el de la Sotillos pudiera darle pistas a Lola Herrera para entender los resortes de un voto semejanteDicen que Pedro Almodóvar ha pintado personajes femeninos como ningún otro autor masculino en el siglo XX (también habrá que dirimir entre Patricia Highsmith, Jane ... Austen y Almudena Grandes cuál de ellas sería la creadora de personajes masculinos más convincente). Ni siquiera Ingmar Bergman o Woody Allen han sido capaces de superar su colección inacabable de matices. A ver quién es capaz de dudarlo después de más de cuatro décadas acicalando arquetipos femeninos entre tinieblas y chicas del montón; entre mujeres solas, hartas, resueltas, perdidas, complejas, obsesionadas, penitentes, audaces, atormentadas y apasionadas que habrán de explicarle al futuro no sólo cómo era nuestra querida España del siglo pasado, recién salida del laberinto, sino qué demonios hizo la pobre para merecer todo cuanto hubo de soportar.
No tengo intención de quitarle méritos a Almodóvar. Muchas de sus mujeres, sobre todo las de sus guiones escritos en los años ochenta, son tan verosímiles como aquel vecindario nuestro de cada día y que por entonces se nos cruzaba en los descansillos; tan nítidas y reconocibles que dudar de su autenticidad sería hoy una impostura. De hecho, cuando la neblina del esperpento y de la hipérbole no lo ciega todo, las mujeres asomadas por las obras de Almodóvar pueden contar con una inscripción vitalicia en la nómina de personajes femeninos inmortales junto a Madame Bovary, Bernarda, Angustias y Martirio, Fortunata y Jacinta, Beatriz y la Dorotea, Leonora y la pastora Marcela, Ofelia y Lady Macbeth.
Sin embargo, yo siento debilidad por los retratos femeninos que dibujó Miguel Delibes no solo con sobresaliente acierto, sino a la chita callando; sin fanfarrias ni medallones; sin títulos acomodaticios de progresía. El novelista de provincias, del campo, del silencio, de los niños sabios y de las jaras pacientes; el portavoz de los perdedores en la España enmudecida y arruinada, supo perfilar con suma delicadeza mujeres inmortales y universales tan distintas como una Régula cautiva ante la verja del Cortijo y una Laly liberada en busca de votos para una democracia recién desembalada.
Aún reverberan los ecos en el patio de butacas del Teatro Calderón cuando María Fernanda D'Ocón interpretó a aquella Desi que Miguel Delibes compuso a base de palabras para su novela 'La hoja roja' y, por supuesto, se estremecen también sus cimientos al recordar la vela de una Carmen Sotillo que vive y vivirá siempre en el cuerpo de Lola Herrera. 'Cinco horas con Mario' es, en realidad, cinco horas con Menchu, el botón de muestra fidedigno capaz de señalar los pliegues de varias generaciones acomplejadas, confusas y balbucientes. La voz de la Sotillo que suena en nuestras cabezas cuando leemos la novela de Delibes lleva el timbre inconfundible de Lola Herrera, con esa dicción perfecta, con esa musicalidad inimitable capaz de entonar la desolación y el orgullo, el desdén y la retranca.
A nuestra querida Lola Herrera le ha caído la del pulpo por decir lo que piensa, por dar su opinión y confesar que no comprende a las mujeres que votan a opciones políticas como la de Vox. Acaso un personaje tan bien pintado como el de la Sotillos pudiera darle pistas para entender, que no compartir, los resortes capaces de disparar un voto semejante. Lo cierto es que Lola Herrera, nuestra vecina de las Delicias y trabajadora irredenta que aún sube a las tablas, es objeto de la furia anónima y colectiva por dar su soberana opinión. Como Joaquín Sabina, que sufrió algo parecido no hace mucho por decir que ya no era tan de izquierdas. El mundo se ha llenado de zombies que aúllan coléricos y le ladran al reflejo de la luna en cuanto escuchan un crepitar que desconocen.
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