Media hora de despacho
CARTA DEL DIRECTOR ·
«Los años, la veteranía y la experiencia enseñan, entre otras cosas, que lo peor que puede hacer uno, el mayor de los fracasos, es engañarse a sí mismo»Conocí en persona a Juan Vicente Herrera muy pocos días después de ser nombrado director de El Norte de Castilla. Nos citó a Carlos ... Aganzo y a mí en su despacho de Las Cortes porque había pleno. Le acompañaba José Antonio de Santiago-Juárez, su vicepresidente, que apenas abrió la boca. Herrera me dio la bienvenida, nos explicó qué creía que representa El Norte de Castilla para nuestra región y expresó lo que, desde su humilde opinión, hacían él y su equipo desde hacía ya varios lustros: sacar adelante lo mejor posible esta especie de «empresa» que es Castilla y León, una comunidad autónoma muy compleja, profundamente asimétrica en bastantes facetas, modesta, central para el país y vasta tanto por su extensión (más del 18% de la superficie de España) como por su diversidad provincial e identitaria. Poco más. Yo venía de dirigir el HOY de Extremadura durante casi diez años. En ese tiempo traté con tres perfiles presidenciales, el de Juan Carlos Rodríguez Ibarra, el de Guillermo Fernández Vara (ambos del PSOE) y el de José Antonio Monago (PP). Los tres muy marcados por su proximidad con los medios de comunicación. A veces vocacional, a veces interesada, casi siempre sincera, a veces intermediada, por lo general directa, intensa y temperamental. Herrera tuvo otro estilo, al menos conmigo. Ni siquiera llegué a tener su teléfono personal. Aquella tarde nos dedicó a Carlos y a mí media hora de reloj y ya no volví a hablar con él hasta que, año y pico después, organizamos un encuentro en el que protagonizó un mano a mano con el presidente gallego, Alberto Núñez Feijóo, y pudimos intercambiar impresiones de cortesía en la entrada del hotel AC Santa Ana de Valladolid. Por lo que supe y he comprobado después, sobre todo a la vuelta de estos dos años en los que Herrera se ha borrado absolutamente del foco público y que tan bien refleja el reportaje de Susana Escribano que publicamos a continuación, esa actitud distante, reservada, austera fue premeditada, medida y consciente. Irremediable. Y creo que acertada. Por dos motivos. Porque, por una parte, era la que mejor encaja en su manera de dirigir un gobierno y un partido, según su personalidad y sus propias convicciones. Los años, la veteranía y la experiencia enseñan, entre otras cosas, que lo peor que puede hacer uno, el mayor de los fracasos, es engañarse a sí mismo. Y si Herrera no es de micrófonos y panderetas, mejor asumirlo y desplegar su liderazgo político de otros modos. Pero además lo fue porque ser presidente de Castilla y León y exponerse al juicio de la opinión pública y los medios de comunicación con la ansiedad con que hoy parece que hay que hacerlo, a la vista de cómo se desempeñan otros políticos en otras latitudes e instituciones, en redes sociales, en comparecencias públicas, en el pim pam pum de la actualidad política, es un auténtico suicidio.Nueve provincias, nueve realidades muy distintas, una administración que gestiona tantas sensibilidades... Cada vez que el presidente de la Junta abre la boca debe tener en mente tantos elementos de juicio que mejor hacerlo con máxima moderación. En pequeñas dosis.
Por eso no es de extrañar que Mañueco, más abierto y dispuesto que Herrera, a pesar de todo module también sus apariciones. Dicho lo cual, lo más relevante de cuanto puede aprenderse del reportaje que publicamos hoy es que se puede ser político de primera línea durante décadas y dedicarse luego a otra cosa radicalmente distinta voluntaria y definitivamente; que se puede gobernar sin opinar de todo a todas horas; y que, mira por dónde, el resultado, dos años después de terminar con esa labor, tan ajena a la brillantina y el marketing propios de estos tiempos, es que gente de todo pelo ideológico y condición política la recuerda con agrado y un punto de indisimulada nostalgia.
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