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Aquel ser humano cuya sonrisa nos pareció adorable durante la niñez se transforma en fealdad y patetismo

Roberto Carbajal

Valladolid

Martes, 16 de junio 2020, 08:32

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La vejez es una enfermedad incurable y se agrava con el tiempo inexorablemente. Tras nacer, enseguida nos colocan un pañal. Los padres se lo cambian ... a sus bebés envueltos en una atmósfera en la que convergen la ternura, la ilusión y el afán de protección. Lloramos cuando nos salen los dientes y, al envejecer, lamentamos haberlos perdido. Con el paso del tiempo, a los pequeños se les caen los de leche para dejar espacio a los de marfil. La gente ve graciosa la imagen de un niño desdentado; pero todo cambia cuando ese crío llega a viejo. Pierde la dentadura y aquel ser humano cuya sonrisa nos pareció adorable durante la niñez se transforma en fealdad y patetismo. Lo mismo sucede con el dichoso pañal: resulta paradójico que también nos coloquen uno porque ya no controlamos nuestros esfínteres, como durante la infancia.

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