Sin mascarillas, estreno dispar
Editorial ·
Es cuando menos llamativo que la norma especifique si cabe seguir llevando o no la mascarilla en determinados negocios y lo sitúe en el limbo de la imprecisión en otrosEl primer día sin la mascarilla obligatoria en interiores imprimió ayer estampas dispares en una vida cotidiana que ha recobrado la normalidad, pero no de forma mimética a la del tiempo anterior a la pandemia. La disonancia fue evidente entre aquellos ciudadanos tan confiados o tan hartos de las imposiciones forzadas por la covid que han orillado de inmediato el uso de los tapabocas y aquellos otros que continúan utilizándola por cautela, prevención o porque se saben o se sienten vulnerables. Y esa disparidad también lo fue en función de las decisiones adoptadas en las diferentes administraciones y en los centros de trabajo.
Puede resultar tan comprensible como razonable que el Gobierno haya renunciado en su decreto a reglamentar al detalle para permitir un margen de adaptación, contando con los trabajadores, a cada empresa. Pero es cuando menos llamativo que la norma especifique si cabe seguir llevando o no la mascarilla en determinados negocios y lo sitúe en el limbo de la imprecisión en otros.
Abrir un terreno flexible para ir suprimiendo las mascarillas no debería equipararse a una ausencia de indicaciones tasadas que, lejos de facilitar el libre criterio a las empresas, acabe dificultándolo.