Telescopio
«¡Qué bien haríamos todos en enmudecer un rato mirando al cielo!»
Telescopio en mano nos encaminamos al portalón. Íbamos preparadas para ver algo que habíamos visto muchas otras veces sin atención y que esa noche prometía: ... la superluna azul. Estuvimos media hora ahí puestas, como dos centinelas. Nos volvimos a casa como niñas después de ir al cine.
Este tipo de citas en el calendario, en las que todo el mundo intenta ser fotógrafo de National Geographic, sirven para ganar imaginación y perspectiva. Una distancia que aporta humildad.
Por la noche, pensamos en lo ridícula que suena la prensa hablando del famoso beso, criticando la falta de visibilidad de las campeonas mientras se les llena la boca hablando de un millar de historias que nada tienen que ver con el hito deportivo. Cicerón dijo una vez que «la claridad se debilita con la discusión». ¡Qué bien haríamos todos en enmudecer un rato mirando al cielo! Habría que encaramarse más en el cerro de Villar para contemplar mejor la actualidad, lejos de tanto foco y tanto ruido. Muchos ganarían segundos antes de estrellarse en argumentos y comunicados ególatras y sincericidas.
Contemplar la Luna nos pone en nuestro sitio, como describió Carl Sagan: «una mota de polvo suspendida en un rayo de sol».
Para ridículo de nuestra especie, en esta esfera milagrosa, que nos aguanta sin nosotros saber cómo, viven muchos humanos con ansias de «convertirse en los amos momentáneos de una fracción, de un punto». Regalémosles un telescopio y dejemos los titulares para otros.
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