Qué maravilla
Enciendo la televisión, escucho a este y aquel prohombre o gran mujer de la política pontificar en su habitual jerigonza buenista y de inmediato vuelvo al romance primitivo de las 'Glosas'
A vueltas con las 'Glosas Silenses', en cuya edición ando ocupado, anotaciones en romance a un penitencial en latín del Monasterio de Santo Domingo de ... Silos, datadas a finales del XI, documento de interés excepcional aunque ni estas ni las 'Emilianenses' sean las manifestaciones escritas más antiguas del castellano de los albores, la verdad es que enseguida me puede la admiración. Qué sentido del idioma el de aquellos glosadores anónimos de los monasterios medievales, gente que escribía para aclararse y no para oscurecer el brillo de lo evidente.
Pondré un par de ejemplos. He aquí el primero: donde en latín reza «tempestates», en el romance de las 'Glosas' pasa a decir «bientos malos». Algunos pensarán que es lo mismo, sin embargo no lo es, porque añade un matiz diferencial. Como si al glosador, habiendo sufrido el desastre de vendavales e inundaciones, la palabra «tempestates» se le hiciera aséptica. «Bientos malos» (no es errata, con 'b'): él necesitaba descalificarlos. Quizás fuera un joven novicio, todavía apegado a la vida de la aldea, y no un fraile sabio, ya hecho a las comodidades de un cenobio tan importante como aquel de Santo Domingo, que vería diluviar y sentiría los truenos al calor de la chimenea. «Tempestates» no le servía.
Segundo ejemplo, pasando de las tempestades a lo de siempre: pone en latín «adulterio», y en romance, llamando a las cosas por su nombre, el glosador escribe «fornicio». Al pan, pan, y al vino, vino. Dejémonos de rodeos, pensaría. Y siendo coherente, usaba fornicio para dar con una sola palabra en el blanco de lo que nuestros diccionarios actuales explican con este trabalenguas, que además de largo encima se queda corto: «Ayuntamiento carnal voluntario entre persona casada y otra de distinto sexo que no sea su cónyuge».
Enciendo la televisión, escucho a este y aquel prohombre o gran mujer de la política pontificar en su habitual jerigonza buenista y de inmediato vuelvo al romance primitivo de las 'Glosas', al castellano gozoso del Arcipreste de Hita («ajuntamiento con fembra placentera») o a las distorsiones barrocas del inmenso don Francisco de Quevedo («Fue mártir, porque fue casado y pobre; hizo un milagro, y fue no ser cornudo»). Qué maravilla sin fondo las de nuestra lengua universal y nuestra más que milenaria literatura.
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