El humor y la política
«Cabría decir que no es tiempo de chanzas, dado que el ambiente se ha vuelto tan bronco e irreconciliable en cuanto a posiciones políticas»
No parece que política y humor se lleven demasiado bien. Sin embargo, y como resulta bien sabido, críticas y burlas siempre han proliferado en torno ... a los líderes de cada momento. Otra cosa es que tribunos, reyes, dictadores, primeros ministros o jefes de gobierno llegasen a conocerlas y aceptaran o -incluso- estuvieran dispuestos a reírse de ellas. De los cánticos a propósito de la calvicie de Julio César, que entonaban sus propios legionarios, a los versos sobre los menguados atributos sexuales de Hitler coreados por los batallones británicos, el poderoso no ha dejado de ser caricaturizado tanto por sus seguidores como por sus enemigos; a veces, se trataba de una forma de aproximación o simpatía y, otras, de un modo de deshumanizar al rival; en ocasiones, también, de calumniar y escarnecer la figura de los gobernantes (hasta provocar su descrédito y caída), como sucedería -en época medieval- con las diversas colecciones de coplas satíricas dirigidas contra Enrique IV, llamado 'el Impotente'.
Lo más común es que no cunda el humor entre los políticos, pero -por eso- viene a cuento en momentos tensos y, sin duda, cruciales (tal es el día de elecciones de mañana), que los recordemos en su faceta menos corriente: la de privilegiados humoristas de sí mismos. Porque la tendencia de la mayoría a la autoparodia, imitándose sin ser apenas conscientes de que lo hacen, constituye una de las mejores maneras de acercamiento. Y algo de esto han debido de pretender en sus recientes intervenciones televisivas Feijoo y Sánchez, aunque tampoco lo consiguieran del todo. El primero, intentando presentarse como aprendiz de Rajoy, si bien con menos gracia; el segundo, actuando de entrevistador de sus ministros como si emulara a un Pedro Ruiz de otras décadas. Pues la arrogancia, no exclusiva de políticos, pero muy frecuente entre ellos, acaba por convertirse -en cuanto síntoma de insensibilidad- en uno de los defectos que más nos deshumaniza y aleja de los otros.
Sánchez, en su peripatética tournée por los medios radiotelevisivos, procuró proporcionar una imagen menos distante y más humana. Y, quizá, terminó de darla con la sensación de nerviosismo, sorpresa y descoloque que transmitió en el penúltimo debate a dos. Feijóo -probablemente también a su pesar- hizo lo propio, al constatarse que no sabía dónde estaba ni a quienes se dirigía en algunos de los mítines de las elecciones pasadas; o inventándose términos de nuevo cuño como la famosa «matemática de Estado» para justificar sus pactos -de aquí 'sí' y allá 'no'- con la derecha extrema.
En cualquier caso, la 'gracia' entre los líderes actuales no abunda. Y muchos echarán de menos los aceleramientos cómicos y delirios panteístas de Zapatero, así como las ocurrencias tautológicas de Rajoy 'el de los chuches'; quien, por cierto, no cesa de acumular méritos para ocupar un lugar de honor en el Club de la Comedia. Por ejemplo, cuando el expresidente disertó ante una estupefacta audiencia -en la cual se encontraba con cara de susto Florentino Pérez- acerca de los 'plastas' y la conveniencia de dejarlos circular en paralelo para que no molesten. Sin olvidar, si nos adentramos más hacia atrás, el español con acento tejano-americano de un Aznar pletórico de interculturalidad en la finca de Bush. ¿Quién no se acuerda de aquel antológico «estamos trabajando en ellouu»? A Zapatero, de otra parte, le llovieron encima todos los chistes que, en una genealogía rastreable, atesoraba el catálogo de los personajes extravagantes: desde los que se venían contando del emérito -cuando era príncipe-, pasando por el ministro Morán, hasta llegar al mismísimo Jaimito.
Ahora, cabría decir que no es tiempo de chanzas, dado que el ambiente se ha vuelto tan bronco e irreconciliable en cuanto a posiciones políticas. Aunque el humor -decía quien sabía tanto de él como Chaplin- aumenta nuestra lucidez. Y es éste un instante en que -por transcendente para el conjunto del país- conviene dejar odios y aversiones a un lado. Y, relativizando humorísticamente los enconos, votar en conciencia; puesto que hacerlo será, por insignificante que parezca, un acto absolutamente serio.
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