Ritual del fuego en San Pedro Manrique (Soria) C. Manso

Las fiestas son para el verano: ocio, turismo y rituales

La gente se reúne ritualmente para mostrar su sentido de identidad y cohesión, para consolidar lo establecido o, al contrario, lo que se quiere cambiar y establecer: lo que se es y se quiere ser en el futuro

Luis Díaz Viana

Valladolid

Sábado, 2 de agosto 2025, 08:19

El verano es el reino temporal de las fiestas. Y los pueblos de Castilla y de León uno de sus territorios privilegiados. Pero ¿por qué ... hay tantas celebraciones? ¿Qué festejan o representan? Puede pensarse que el ritual significa lo que quienes lo practican dicen que significa o creer que lo importante en un ritual no es lo que se dice, sino lo que significa sin decir nada; lo que se establece por acciones o gestos y no por palabras, por lo que se vive y no por lo que se concibe: la historia que una comunidad cuenta de sí misma, y de lo que ha sido –o prosigue siendo– a lo largo del tiempo. Lo que parece claro es que la exégesis (o explicación verbalizada) constituye –generalmente– el adorno o colofón de un rito, no su auténtica explicación; ni siquiera algo que aporte alguna verdad acerca de su devenir o, menos aún, de su posible origen.

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Y se dirá: ¿por qué, entonces, para esas personas que los practican son tan importantes los rituales, incluso aunque no se reflexione apenas sobre este asunto? Esa importancia no contradice en absoluto que el ritual, en cuanto a sistema de símbolos no racionales y no lógicos, emane de los supuestos culturales más básicos, más frecuentemente inconscientes que conscientes, de los cuales resultaría la mayoría de las acciones sociales. Pues ¿qué pasa cuando un ritual cambia? ¿Qué nos dice eso sobre la transformación de la comunidad que lo celebra? Ya que los rituales no únicamente reflejan un sistema social, sino que lo conforman. Pero, más aún, el ritual –que no ha ser sólo entendido en su faceta religiosa– marca los pasos y transformaciones de la vida; y –al tiempo– una continuidad en el legado que de él hacen unas generaciones a otras. Por lo que una de las grandes contradicciones del esquema básico de todos los rituales consiste en que, gracias a su elasticidad, puede servir para perpetuar tanto el sentido de continuidad como el de cambio en una comunidad o grupo.

En este sentido, el papel que juega la industria del ocio y el turismo en la homogeneización y pérdida de singularidad de las fiestas populares es muy influyente, mixtificador y transformativo. En virtud de la trascendencia que ello tiene en la actualidad, vemos que se trata –en muchas ocasiones– de mostrar la singularidad de lugares recónditos y olvidados como forma de hacerlos presentes en el mercado turístico de lo global. La oferta y venta en él de 'tradiciones singulares' como productos típicos lleva consigo que casi todos se acaben pareciendo tanto como los suvenires en un escaparate de los aeropuertos. Puesto que cabe considerar que la tradición –desde una visión antropológica– siempre se inventa; que no es sino una manera externa de ver la propia cultura.

¿Qué riesgos comporta exotizar lo propio o convertir una tradición en una postal para el turista, en una especie de 'parque temático de la etnicidad'? ¿Se cae a veces en el folklorismo cuando se pretende recuperar la identidad de una fiesta popular? Sin duda, hoy en día resulta difícil encontrar fiestas que no estén impregnadas de los tintes nostálgicos y mitificadores de la tradición que acompañan a los folklorismos. El interesante y antiguo ritual del Paso del Fuego en la noche de San Juan de San Pedro Manrique se fue convirtiendo, mediante una serie de modificaciones introducidas durante las últimas décadas del siglo pasado, en un espectáculo (por el que llegó a cobrarse entrada). Mientras que, en Valladolid, emergía en época reciente la celebración de la misma noche en la playa de Las Moreras, al margen de toda manipulación, como un verdadero fenómeno 'popular'. Lo que siempre preocupó a los poderes municipales, primero empeñados en prohibirla o trasladarla de lugar y, luego, en encauzarla y controlarla hasta que pasara a ser un festejo más del Ayuntamiento.

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Es por esto que se entiende como una función esencial del ritual el que constituya una expresión del sentimiento de pertenencia y lealtad colectivas. La gente se reúne ritualmente para mostrar su sentido de identidad y cohesión, para consolidar lo establecido o, al contrario, lo que se quiere cambiar y establecer: lo que se es y se quiere ser en el futuro.

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