Entre el silencio y la polarización
«Ese comportamiento intachable no se reconoce ni premia demasiado en España. Al revés: lo que más a menudo se recompensa es la sumisión y la fidelidad vergonzante»
Días de polarización. De enfrentamientos ideológicos y posturas políticas que parecen irreconciliables. Pugna entre bandos que -se diría- va más allá de lo meramente partidista; ... de la despiadada contienda entre formaciones de izquierda y derecha. Y una lucha que se traslada a ámbitos como el mediático o el jurídico. También a ese otro al que tan asiduamente se denomina 'mundo de la cultura'; o, según antaño solía decirse, de los 'intelectuales y artistas'. Nada que no se haya vivido en estas tierras, pero que ahora se muestra de manera aún más intensa. Aunque ya en épocas diversas se elaboraron, aquí, desde el entorno del poder, 'listas negras' de profesionales en todos esos campos a los que se juzgaba -y acostumbraba a señalarse- como 'desafectos' a un régimen o a los intereses de la facción gobernante.
Pues no cabe engañarse: nos encontramos en un país donde esto que se entiende por 'cultura' -y antropológicamente solo lo es de unas élites- ha constituido, por lo habitual, un territorio manipulado, controlado y subvencionado desde las correspondientes instituciones (locales, provinciales y autonómicas); y de cuyo dominio e influencia muy pocos hemos decidido 'permitirnos el lujo' de escapar. Siempre -además- debe aclararse que a un alto precio. Por lo que, respecto a todo ello, no faltaron ni faltan -entonces como hoy- quienes optan por no 'significarse'e incluso practican aquella recomendación (tan repetida en el periodo franquista) de «no meterse en política». Lo cual sería, de por sí, una forma de tomar partido. Ya que se imponía la idea de que lo 'natural' era ser de derechas y únicamente la izquierda 'politizaba' o complicaba la vida de la gente con esa politización. Cosa que, si nos fijamos, continúa -de algún modo- sucediendo, ya que con frecuencia se acusa a los rivales ideológicos de 'politizar' nuestra existencia, por parte de aquellos dirigentes que postulan en las posiciones más reaccionarias; aquéllos que se autoproclaman «libertarios de derechas» -lo cual es, en sí, un oxímoron- e invocan la libertad propia para arrebatársela, de nuevo, a los demás. Como hicieron todos los totalitarismos que en este mundo han sido.
Así que, como vemos, la polarización se reviste de ropajes pretendidamente inocuos que la ocultan o pretenden asumir -so pretexto de objetividad- falsas neutralidades. No suele imperar en sus actuales manifestaciones la radical, pero osada y contundente declaración evangélica: «El que no está conmigo está contra mí». En contra de la misma, podría reivindicarse la búsqueda de una más que aconsejable imparcialidad. Sin embargo, no se trata de eso. Sí a la imparcialidad; si lo fuera de verdad. No al amilanamiento y la tibieza. No a los pusilánimes. Porque no vale la ambigüedad ante actitudes netamente autoritarias y fascistoides, como las que pregonan los ultras, y permite o propicia -en el presente- cierta derecha extrema. A tales posicionamientos habrá que enfrentarse, una y otra vez, antes de que sea demasiado tarde para hacerlo. Y, por supuesto que, si la auténtica imparcialidad resulta -al menos- difícil, nada más quedaría la coherencia. Que los que 'pagan' o subvencionan, haciéndolo constar groseramente (si bien sea con dinero público), no puedan verse en disposición de desmentir a quienes reivindican su ética, beligerancia e independencia.
Coherencia, pues, equivaldría a honestidad. Pero, evidentemente, ese comportamiento intachable no se reconoce ni premia demasiado en España. Al revés: lo que más a menudo se recompensa es la sumisión y la fidelidad vergonzante. O algo que algunos ya aprendieron a llevar discretamente en tiempos de la dictadura y que se habría perpetuado hasta nuestros días: el silencio culpable. Como se ha prolongado casi inalterable en el tiempo, desde el franquismo a acá, la práctica 'familista' y 'amoral' de la corrupción. Sus mañas, secretos y complicidades. El toma y daca de yo te doy, tú me debes. Por tanto, hay que reconocerlo: este es un país que no ha dejado de ser insoportablemente corrupto en la mayoría de los órdenes de su esfera política y social. Aceptar eso será la única manera de llegar a remediarlo.
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