La estética del chafarrinón
«La gente se cansa de la gresca constante entre partidos; y el alarmismo pertinaz sobre la situación del país puede conducir a la exageración o el patetismo»
Se enfrenta a una solicitud de tres años de cárcel –por parte de la fiscalía– el acusado de haber embadurnado de negro el mural de ... ciudad Lineal en Madrid que exaltaba el papel de las mujeres en la historia y combatía su sistemático ninguneo e invisibilización. No faltan tampoco por nuestros lares ejemplos de otros murales reivindicando la memoria democrática que han resultado borrados a brochazos. Y es que parecería que se impone, en estos tiempos de posiciones tan polarizadas, la estética del embadurnamiento y el chafarrinón, del borrado en blanco y el fundido en negro: el afán compulsivo por emborronar la historia para que muchos nunca sepan lo que ocurrió en este país no sólo en la Guerra Civil, sino después.
El mismo interés por desdibujar ciertas imágenes del pasado coincide con la búsqueda premeditada de la bronca y el lío a partir de cualquier suceso (importante o no) que acontezca en el presente: lo que no deja de ser una forma -en este caso verbal- de enturbiar la verdad. Proliferan, así, en uno y otro sentido, insultos, descalificaciones y la acusación de fraude, de corrupción, de traición o golpismo. Va siendo –incluso– más y más difícil distinguir entre posturas que antes se consideraban extremistas y las que siempre se identificaron con un enfoque centrado o un intento de moderación. Pero inflamar progresivamente el verbo y el catálogo de improperios al calor de estas batallas culturales, e incurrir de forma repetida en la falta de respeto hacia el contrario –o en la exasperación respecto al momento en que nos encontramos–, no ha de ser algo asumido como inevitable; ni siquiera como una estrategia válida.
Ya que, a la larga, la gente se cansa de la gresca constante entre partidos; y el alarmismo pertinaz sobre la situación del país puede conducir a la exageración o el patetismo. Pues, hasta ahora al menos, el panorama general de España no resulta tan terrible, si se le relativiza con lo que ocurre en su entorno más próximo o lo comparamos con todo lo que sucede actualmente en el mundo. Ni en sus aspectos económicos, ni en lo sociales, ni siquiera en los políticos. Nuestra nación ha aguantado, aguanta y tiene que aguantar en el futuro, a pesar de los atribulados periodos por los que atravesó y –es de temer– habrá de pasar, también, en el mañana.
Porque da la impresión de que las dos grandes formaciones partidistas estuvieran más interesadas en ensanchar su masa electoral hacia los extremos, aunque ello lleve a que sus siglas se difuminen con las de las agrupaciones radicales, que a velar por la estabilidad y bienestar del país. El lema o táctica que prevalece es «gobernar a toda costa», sea cual sea la esfera de gobernanza y el compañero de viaje con quien haya que juntarse. Acaeció –así– desde que los extremismos facilitasen alcanzar el poder a cambio de obtener una cuota de influencia en él. Y, hoy, en comunidades autónomas como la de Castilla y León, el pago de 'confusionismo' que ha de sufrir el PP por las andanadas ultramontanas de su socio en el gobierno es cosa casi continua.
Cabe decir que «de aquellas lluvias, vienen estos lodos (y logos)». La Junta ha tenido que retirar de manera vergonzante –por supuesto plagio– el logo que se presentó, ridículamente, a bombo y platillo como imagen de la «excelencia autonómica». Un logo pagado con no demasiado dinero, si bien –desde luego– excesivo para el resultado. Y un logo que, no obstante, ejemplificaba perfectamente la estética de exabrupto y manchurrones varios en que los contornos se pierden. La estética distorsionada de leales contra traidores, de buenos contra malos y de patriotas contra los que no lo serían. Es la estética que cubre, simplifica, confunde y arrasa todos los matices o recovecos de la compleja realidad.
Una estética que expresa el malestar del peor modo imaginable. La estética reduccionista y cainita del aniquilamiento de los que no piensan igual. La estética tremendista de los perpetuamente ofendidos, del odio irracional y del violento chafarrinón. Ojalá esta estética sea retirada cuanto antes de nuestro ámbito público como lo fuera –en su día– el metafórico logo de la polémica.
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