Entre dos almas: el dilema de la derecha en España
«Más allá de las alianzas y posicionamientos ideológicos hay un inconveniente añadido en la equivocada estrategia de la derecha de verse obligada a no poder contar con nadie, salvo Vox»
Mientras Feijóo y Sánchez practican el desusado método epistolar para comunicarse, los españoles nos acostumbramos a vivir en la incertidumbre; pero aparquemos a un lado ... esas cartas que, hace una semana, los dos líderes se cruzaron, ejemplificando -una vez más- lo irreconciliables que han llegado a ser las posiciones de los bloques a los cuales representan. Y dejemos, también, aparte las escasas -aunque ciertas- posibilidades de gobernar que se le ofrecen a la facción encabezada por el PSOE. Ya que tampoco hay demasiado misterio en las pretensiones de sus componentes: dispuestos a pactar con el resto de las formaciones políticas excepto PP y Vox e -incluso- con Junts (que no es un partido precisamente de izquierdas); el único problema para ello estriba en si, al fin, lo conseguirán.
Lo que, fuera del pragmatismo maquiavélico y discutible que supone, puede tener algún aspecto positivo. Tal bloque quiere -y hasta puede- fraguar una alianza, como ya hizo en el inmediato pasado, entre muy distintos grupos; y esto significa que cuenta con la capacidad de aglutinar ese magma cambiante que se ha dado en llamar «la diversidad de España». Centrémonos, pues, en las opciones que -no sólo ahora, sino en un futuro próximo- se abren ante el PP: por una parte, la de incorporar a toda la derecha (incluida la más extrema y montaraz que se habría marchado a Vox); y reeditar la unidad que se alcanzó en tiempos de Aznar, la cual -según los partidarios de aquel periodo- amalgamaba al centroderecha con la ultraderecha, asumiendo sus supuestos (si bien neutralizando sus excesos) bajo una aparente homologación con el liberalismo moderno, tras aquel famoso «viaje al centro»; la otra opción sería alejarse -definitivamente- de Vox y ampliar la base de votantes hacia el centroizquierda.
El principal error de la estrategia ensayada por Feijóo durante las elecciones últimas parece haber sido el combinar -indiscriminadamente- una argumentación en ambas direcciones; de modo que no se sabía si el PP se inclinaba por una u otra cosa. Se trataría de la vieja pugna entre «las dos almas» del PP, de las que tanto viene hablándose, aunque seguramente haya más «espíritus» luchando dentro de su espectro. Para resumir, las opciones de los «populares» estarían encarnadas –respectivamente– por Ayuso y Juanma Moreno, a cada momento más distante –o hasta enfrentado– con los planteamientos de Vox. No sin razón, y en el marco de los reproches que los dos partidos se han dedicado, el presidente andaluz afeó las «exageraciones» y -en suma- el «ruido» que los de Abascal no habrían cesado de provocar a lo largo de toda la campaña. No sólo con sus exigencias para cerrar los sucesivos pactos de gobierno después de las elecciones municipales y autonómicas: igualmente en lo que toca a las actuaciones de Vox en una región en que ya gobernaba -como es el caso de Castilla y León-; y donde -de continuo- la ultraderecha ha puesto (y pone) en apuros al PP.
Por cierto, que no resulta irrelevante el retroceso del apoyo en votos que este partido ha sufrido en una Comunidad donde gobierna; en especial, si consideramos que sus propios portavoces «vendieron» el modelo de Castilla y León como la experiencia-piloto exportable a todo el país. Pero ni lo uno ni lo otro han funcionado: ni Vox se ha hecho fuerte en esta región ni va a instalarse, al menos por esta ocasión, en el gobierno de España.
Más allá de las alianzas y posicionamientos ideológicos hay un inconveniente añadido en la equivocada estrategia de la derecha de verse obligada a no poder contar -prácticamente- con nadie, salvo Vox, para formar un hipotético gobierno: y es que, si este PP llegara -eventualmente- a conseguir el poder en el plano nacional, lo haría conllevando una verdadera ruptura territorial: ni Cataluña, ni País Vasco -lo que equivale a una porción muy importante en términos económicos del país- hallarían fácil encaje en esa concepción monolítica y excluyente de la nación que los de Vox anhelan o añoran. De manera que, mientras el PP no avance hacia el centro, no solamente tendrá difícil gobernar, sino -más aún- que su gobierno prospere y represente a todos.
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