Desayunar con la barbarie
«De lo que apenas cabe duda es de que el criminal golpe de mano favorece a quienes no quieren paz en los territorios palestinos –tanto de un lado como del otro de la frontera de Gaza– y sólo persiguen la deshumanización o aniquilación del enemigo»
No es fácil desayunarse todos los días con la barbarie: bombas, cuerpos tiroteados, violencia contra los inocentes; pero más duro que ver en televisión u ... otros dispositivos tanta brutalidad y destrucción es vivirlo allí, que un familiar caiga asesinado en tus brazos, que los niños se conviertan en un número más que muere, o los jóvenes acaben siendo secuestrados para servir de moneda de cambio del horror.
Tampoco resulta agradable encontrarse con que cualquier terrible tema de actualidad, como este del salvaje ataque terrorista en Israel, constituye un buen pretexto para la gresca entre partidos. Aunque ya empecemos a estar acostumbrados a ello. El jefe de la oposición in pectore –que tal papel empieza a asumir Feijóo– ha denunciado que el presente gobierno no tiene una política exterior definida ni aceptable. No obstante, ¿es esto así? ¿No hay una política o acontece, más bien, que no se conoce ni se ha justificado lo suficiente? Quizá suceda que no se trata de la pregunta adecuada, ya que parecería más apropiado preguntar qué política –en concreto– el gobierno ha decidido practicar, especialmente a partir de los últimos años, tras el giro ocurrido en cuanto al futuro del Sahara y las relaciones de España con Marruecos.
Y no será porque al gobierno no se le haya preguntado. Pero puede que la oposición no insistiera lo bastante o de la mejor forma para obtener una contestación pertinente. Esperemos que la solicitud de comparecencia del ministro Albares sirva para eso y se den en sede parlamentaria las explicaciones, que deberían haberse proporcionado desde hace tiempo, acerca de la política española en Oriente Medio y Próximo. Volviendo al anterior asunto, que no se halla al margen de este, reconozcamos que la problemática entre Israel y los movimientos palestinos de «liberación» es históricamente muy complicada, por lo que los políticos españoles han entrado en dicho panorama resbalando con demasiada frecuencia. De modo que habrá que tener sumo cuidado para no incidir –por desconocimiento– en idénticos errores.
Cui prodest? La frase latina posee particular oportunidad en semejante ocasión, puesto que se especula con intereses e hipotéticos beneficios de esta trágica acción para –y por parte de– Irán, China o Rusia; es decir, con que sea una maniobra de distracción cara al apoyo de USA a Ucrania que perjudique la resistencia de aquel país ante la invasión rusa y llegue a mermar los efectivos que le prestan los aliados norteamericanos y europeos. De lo que apenas cabe duda es de que el criminal golpe de mano favorece a quienes no quieren paz en los territorios palestinos –tanto de un lado como del otro de la frontera de Gaza– y sólo persiguen la deshumanización o aniquilación del enemigo.
Ciertos expertos en el conflicto comentan que la influencia de Hamás ha sido propiciada por las estrategias y tácticas de Israel o sus aliados que impidieron a toda costa que Palestina fuera un Estado en igualdad de condiciones respecto a Israel. Y que se valieron de ese «movimiento» que, hoy, ha devenido en banda terrorista para debilitar la llamada «autoridad palestina», que cada vez habría ido teniendo –o pudiendo ejercer– menos autoridad y control sobre el territorio que, pretendidamente, le compete. Los acuerdos de Oslo, con el horizonte de un territorio repartido entre dos Estados, quedaron prácticamente relegados a la irrelevancia y casi en el olvido. ¿Pero esa estatalización solucionaría algo? Porque subyace –sin embargo– otro problema que no suele tenerse en cuenta: ¿sólo los Estados deben ser reconocidos internacionalmente y tener derechos? Es la manera occidental de entender la conexión entre población y territorio, pero siempre ha habido pueblos y culturas con una identidad y existencia al margen de tal ecuación. Judíos del mundo, hasta que se constituyeron en Estado, y pueblos nómadas –como gitanos o beduinos– serían sendos casos o ejemplos de lo mismo; que apuntan a cierta incapacidad para entender y asumir desde la posición etnocentrista y dominante de Occidente estas realidades antropológicas. Y que las personas siempre han de importar más que las banderas.
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