Un atlas de los prejuicios y el control de lo virtual
«Ya no hará falta conocer, reflexionar, investigar, pensar por nosotros mismos para parecer sabios. ¿Las máquinas o los complejos sistemas cognitivos que han contribuido a crear lo harán por nosotros?»
Recientemente, hemos visto la publicación por varios medios de comunicación de un mapa elaborado mediante los recursos de Inteligencia Artificial sobre algo así como un ... supuesto carácter de los habitantes de las distintas Comunidades Autónomas. Vieja pretensión ésta, aunque la herramienta tecnológica utilizada sea innovadora, de definir a unos u otros paisanos con unos pocos adjetivos; y no sólo eso, sino que resulta todavía más antiguo creer que exista un temperamento colectivo inamovible que la gente absorbe exclusivamente por el hecho de vivir en un determinado territorio. Otro tema sería hablar de comportamientos culturales o tener en cuenta los cambios que, según las épocas, se puedan producir en aquéllos; pero no, lo que encontramos -tras una aproximación tan pretendidamente sofisticada como la que aquí se comenta- es una acumulación de estereotipos y prejuicios.
Un conjunto de sandeces y chascarrillos mucho menos ingenioso que aquél del cual solían hacer gala los llamados «dictados tópicos», en donde unos aldeanos acostumbraban a calificar -siempre despectivamente- a los que vivían en los pueblos vecinos, zahiriéndolos con apodos, insultos y mala uva; o bastante menos sutil que los demás lugares comunes acerca del carácter de quienes procedían de las diversas regiones de España que contenían los pliegos de una literatura popular denominada «de cordel». Así, de la misma manera que a los madrileños y valencianos se les motejaba de «chulos», a los catalanes de «tacaños», a los andaluces de «fiesteros» y «perezosos» o a los de Galicia de «supersticiosos», a los castellanos y leoneses se les describía -habitualmente- en tales manifestaciones tomadas por «populares» como «serios», «fríos», «secos», «simples» o «conservadores».
Rasgos que coinciden con los también recogidos en una encuesta en torno a estereotipos regionales realizada en 1994 desde el Centro de Investigaciones Sociológicas, a fin de mapear el panorama de los prejuicios en nuestro país. Y que las aplicaciones de inteligencia artificial como ChatGPT, sea en su 'Modo Diablo' u otros más «angélicos» -o políticamente correctos-, no hacen sino repetir a modo de loritos computacionales. De forma que, según los peores augurios vienen advirtiendo últimamente, sí, estos nuevos artefactos e ingenios tecnológicos no sólo sirven para acarrear datos y facilitar determinadas tareas intelectuales: también para configurar verdaderos atlas de odio visceral, ofuscación colectiva y -en suma- estupidez humana. Lo cual ha causado estupor y encendido las alarmas de la preocupación hasta entre los mismos impulsores o acérrimos partidarios de esta clase de experimentos.
Puesto que la Inteligencia Artificial almacena, procesa y analiza datos, pero no tiene criterio ni -por tanto- se puede esperar que tome las decisiones acertadas. Y algo que resulta aún más importante: no discierne entre lo bueno y lo malo, lo ético y lo que no lo es. Asunto peliagudo que no atañe únicamente a las IA, sino -en realidad- a todas las demás innovaciones de tecnología informática que han transformado el mundo en los últimos 40 años, a partir de la creación de Internet. Cambios que han repercutido en los ámbitos de la economía, del comercio, de la política, de la administración, de las leyes, de las relaciones sociales.
Quedaba un solo reducto, si bien -de hecho- muy afectado: el de la inteligencia en sí, el de aprender, enseñar, hablar y escribir; o ser, en definitiva, cabalmente humanos. Y las IA asaltan ese último fortín: ya no hará falta conocer, reflexionar, investigar, pensar por nosotros mismos para parecer sabios. ¿Las máquinas o los complejos sistemas cognitivos que han contribuido a crear lo harán por nosotros?
No, desde luego. Pero el futuro que viene se anuncia como mucho más peligroso: quienes lo hagan serán los que tengan el poder de tomar todas esas decisiones que las máquinas y los sistemas informáticos nunca podrán tomar; quienes los controlen nos controlarán y dirán lo que somos. Ellos serán los señores de lo virtual y lo real, de las mentes y las cosas: los que dominarán el mundo. Y, más que posiblemente, lo estén haciendo ya.
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