La Gloriosa educación

Yo les confesaré que nunca fui un estudiante modelo, tampoco el peor. Sería algo parecido a aquella mujer (no rebelare su identidad), que cuando le preguntaba si ella se consideraba guapa, siempre respondía que era de la parte del montón hacia arriba.

Claramente yo no era un Sapientín Empollinez. Los sobresalientes, que algunos hubo, podrían contarse con los dedos de una mano.

Por suerte para mis padres luego vendría mi hermana Ruth, quien sí les daría alegrías académicas, que incluso hoy en día les sigue dando.

Si tuviese que definir muy brevemente a mi hijo Dimas, lo haría diciendo que es un niño feliz. Esa insultante felicidad que posee la contagia en todo lo que hace. Es feliz en su día a día, haciendo cualquier tipo de actividad y no les cuento cuando vamos de vinos.

Pero también es feliz cuando va al colegio, no le importa que nos hayan adelantado la entrada media hora, y que esperemos al autobús de noche a menos cuatro grados.

Supongo que todos los padres tenemos imágenes o situaciones de nuestros hijos en nuestra mente, como recuerdos de oro. Yo siempre resalto el día del inicio de curso, lo que para mi hijo siempre es una auténtica fiesta de estrenos y reencuentros, lo que en mi caso hubiera sido una semana de profunda tristeza, que apuraría tumbado sólo en cama montándome el drama.

Ayer tuvimos examen de matemáticas, polígonos, ángulos y demás. Un mundo totalmente olvidado para mí y en el que osé meterme por unos minutos, ya que los temas académicos los lleva magníficamente bien mi querida esposa, porque si eso dependiese de mí, volveríamos a los disparates y a las recuperaciones, es decir, al montón, pero por abajo.

El intrusismo de ayer, por unos minutos me llevó de vuelta a aquellos duros años, y pude ser consciente de cómo ha cambiado todo para bien. Han conseguido, o al menos en nuestro caso, que hasta el ánimo de enfrentarse a los deberes sea otro. Que aquello no sea motivo de reproches y regañinas. Y eso, se percibe desde el primer minuto.

El colegio y el tipo de alumno ha cambiado, aunque aún hoy hay padres que siguen trasladando sus frustraciones a sus hijos, obligándoles a hacer todo aquello que ellos no quisieron o no fueron capaces. Porque no hay cosa más absurda que exigir sobresalientes cuando tú mismo nos has pasado del cuatro y medio. O pretender que tu hijo sea un virtuoso del violín cuando no tienes ni idea de lo que es una corchea.

El último informe PISA pone a nuestra comunidad en lo alto del tablero. Un motivo o quizá la mejor razón para sacar pecho.

Dice mi buen amigo, el genial periodista burgalés David del Cura, que allá donde vayas, todos los abogados del estado y jueces son de León y Valladolid. Y no le falta razón. Tenemos las mejores Facultades de Educación, nutrimos de profesores y maestros a medio país. Y la escuela rural es un auténtico lujo que constantemente sube la media, ahí están los resultados.

Me decía mi tío Maxi que, en el pueblo, allí en la alta montaña leían con entusiasmo a Ortega y Gasset mientras cuidaban del ganado en el Puerto de Vegarada ¡Ahí es nada!