Locos o cuerdos
«El loco percibe su anomalía mucho más frecuentemente que el cuerdo su extravío»
La idea de que no hay tanta diferencia entre locos y cuerdos como se presume causa tanto miedo que la sociedad inventó la psiquiatría para ... separarlos a fuego lento. Esta función explica que el psiquiatra trabaje muchas veces –quizá la mayoría– a favor del control social y que a cambio sacrifique la libertad del loco y de su locura. Sin embargo, las diferencias no son evidentes, incluso hay quien intenta a toda costa suprimirlas.
Para subrayar su proximidad se recurre a múltiples comentarios de filósofos, escritores y diversas gentes. Recordemos, por ejemplo, el texto sobre el 'Elogio de la locura', donde Erasmo vino a recordarnos ese grano de enajenación que se necesita para certificar la cordura. O recurramos al aforismo tantas veces citado con que Pascal nos hizo saber que el hombre está tan necesariamente loco que no estarlo constituiría otra forma de locura.
Sin llegar a hacerlas coincidir, la confusión entre cordura y locura ha sido una constante en la historia occidental de las ideas. Para muchos pensadores la locura hace valer su presencia en el fondo o en los antecedentes de cualquier sensatez. Cuando Samuel Beckett concluyó, en uno de sus dramas, que «todos nacemos locos y algunos siguen siéndolo toda la vida», no hace sino venir a dar la razón a quienes no los separan, y de paso secunda a una de las más célebres psicoanalistas, Melanie Klein, quien abogó a favor de que todos los seres humanos pasamos de niños por un estado esquizofrénico y paranoico, del que algunos no salen y otros, pasados unos años, simplemente vuelven a él. Sea como fuere, la llamada esquizofrenia late por dentro de los mejores biempensantes y gravita sobre la vida desde lo más profundo del ser.
De un modo más suave y menos inquietante se pronunció también Shakespeare, advirtiendo que «el loco se cree cuerdo, mientras el cuerdo reconoce que no es sino un loco». Lo cual, aunque resulta un espejismo brillante, no se da muchas veces ni desde el lado de uno ni desde el otro. Pese al prejuicio que normalmente nos domina, el loco percibe su anomalía mucho más frecuentemente que el cuerdo su extravío.
Partimos de la convicción de que todos sabemos quienes somos. Así se lo hizo saber Don Quijote a Pedro Alonso: «Yo sé quien soy». Y por si le cabía alguna duda, añadió que también podía ser «los doce pares de Francia y aun todos los nueve de la Fama». En ese convencimiento todos estamos comprometidos. Varios siglos después, un filósofo de fama, Nietzsche, dejó dicho, poco antes de su hundimiento psíquico, que él sabía bien quien era y que además podía ser el Anticristo. Bien es cierto que, simultáneamente, acertó a advertirnos que «no es la duda, sino la certeza lo que enloquece». De donde concluimos que no es buena elección convencerse en exceso de quien se es, tanto si se es loco como si se es cuerdo.
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