La limpieza
«La Naturaleza ha elegido una locura celular e inmunológica que nos hace confundir el propio organismo y tratarlo como un extraño. El escarmiento tiene el aire de un suplicio sagrado»
Estos días en que llueven explicaciones sobre la amenaza microbiológica que nos cierne, hay una argumentación que a mi juicio destaca. Sostiene que la pandemia ... es producto de una reacción de la Naturaleza frente a una especie animal que la ahúma, la calienta, mengua su variedad y le crea zozobra. En una palabra: el animal racional molesta a la Tierra y se lo quiere quitar de encima como sea, o al menos avisarle de lo que se está jugando.
La idea hay que recibirla en un sentido directo y material. No se trata de dar pábulo a una perspectiva animista o espiritual. No hay que creer, para dar por buena la interpretación, que la Tierra tenga un alma, un soplo o un intelecto con el que haya decidido defenderse violentamente del agresor. Responde a una concepción más laica y prosaica, que no se aviene bien con las creencias espiritualistas o religiosas.
Pensemos mejor en una idea más sencilla: la de limpieza. Hasta hace poco era corriente observar que alguien, que se cuidaba muy mucho de no ensuciar su propia casa, tiraba la colilla en el ascensor, el portal o el rellano de la escalera, haciendo uso, se sobreentiende, de un derecho consuetudinario. Más tarde se amplió el área de limpieza, y se redujo a la calle el derecho a tirar al suelo lo que sobraba. Cuando este desaire empezó también a estar mal visto, pues la calle es de todos y hay que respetar lo común, los ciudadanos se volvieron más educados y prefirieron tirar las cosas en el campo o en el agua, pensando que por su extensión no son de nadie y, por lo tanto, nadie se debía de molestar.
No contábamos con que se molestara la propietaria, la arrendadora, que, profundamente irritada y hastiada, ha acabado por cortar por lo sano: menguar el número de habitantes, limpiar el aire de las ciudades, confinar a las gentes en sus domicilios y, como penitencia, obligarles a lavarse veinte veces las manos y a salir con la boca cerrada.
Preveíamos un castigo de otra forma, con catástrofes ciclónicas, sequías, terremotos e inundaciones extremas, pero el demiurgo que ha tomado las riendas del destino ha castigado nuestra soberbia con una sanción ejemplar, aunque de raíces muy viejas. Hemos construido a sus espaldas un Babel de basura, mierda y escombros, con el que pretendíamos ascender a la Felicidad, sin darnos cuenta de que la dueña estaba perdiendo la paciencia y ya no aguantaba más que llenáramos sus mares de aceites y sargazos de plástico. Y ahora pagamos las consecuencias.
Tomando ejemplo de los dioses paganos, que para castigar a los humanos los volvían antes locos, también la Naturaleza ha elegido una locura celular e inmunológica que nos hace confundir el propio organismo y tratarlo como un extraño. El escarmiento tiene el aire de un suplicio sagrado. El infierno ya no es el Tártaro de la antigüedad ni el otro del existencialismo: el infierno eres tú mismo. Por tu suciedad y por tu egoísmo.
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