Lazarillo
«El efecto propagandístico es de tal calibre que, según dicen, hay comercios que tienen que cerrar porque se colapsan, y aumenta la tala de árboles para hacer papel destinado a las registradoras»
Estoy hasta el colodrillo de esta moda de rebajar los precios un día al año llamada 'Black Friday', o Viernes Negro traducido al castellano. ... Una de las razones de mi hartura es que se trata de hacer descuentos puntuales, norma que seguramente se respeta en la patria de Trump, pero aquí dura casi tanto como la Semana Aanta y la de pasión juntas. El efecto propagandístico es de tal calibre que, según dicen, hay comercios que tienen que cerrar porque se colapsan, y aumenta la tala de árboles para hacer papel destinado a las registradoras. Y conociendo lo canutas que las pasa el comercio tradicional, aplaudo que las tiendas copien la fiesta americana y que los consumidores se rasquen el bolsillo. Pero me surgen varias dudas.
La más importante de todas es que nunca sabré si los descuentos que se aplican son de verdad o sigue reinando la picaresca del Lazarillo de Tormes, que en el caso que nos ocupa consistiría en retirar los artículos caros y fabricar expresamente otros de menos calidad. Y lo digo sin mala intención, porque cuando voy a comprar algo no suelo recordar el precio que marcaba la primera vez que lo vi en el escaparate. O sea, que a servidor es fácil convencerle de que gracias al friday ha encontrado un chollo del copón de la baraja, olvidando que los directores de márquetin son como el ciego que guiaba el Lazarillo, según el cual «desde que Dios creó el mundo, ninguno fue más astuto ni sagaz. En su oficio era un águila». Perdicera.
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