Largo y cálido verano
«¿Pudiera ocurrir que ese deslizamiento del PSOE hacia la izquierda para acotar terreno con sus aliados actuales tuviera como efecto indirecto facilitar al PP la ocupación del centro?»
Tiempo hace que no conocíamos un verano así, en el que se sumaran tanta cantidad de factores inquietantes. Hasta el momento, todo fueron olas; de ... calor, de incendios, de contagios, de precios, de tipos de interés, de amenazas energéticas. Y olas políticas, verdaderos oleajes. Cada una de estas olas merecería un tratado. Unas porque ya son casi continuas, conocidas y previsibles; otras porque son inéditas, al menos en el nivel que han alcanzado. Todas son preocupantes, de presente y de futuro, sean las que están más directamente relacionadas con fenómenos naturales, sean las que se originan o se activan en la sociedad, relacionadas en este caso con la propia voluntad humana. Ahí está la reciente evolución del ambiente político, ciertamente agitado en este momento.
El antecedente inmediato, claro está, fueron las elecciones andaluzas del 19 de junio. El resultado de aquel día despertó euforia en unos y levantó las alarmas en otros, como bien se recordará, y, a partir de ahí, se puso en marcha la máquina de diseñar estrategias. Principalmente, por el lado de la coalición de gobierno, y del partido mayoritario en ella, el PSOE, que parecían más concernidos. El principal partido de la oposición, el PP, dio la impresión de que no veía la necesidad de hacer mucho más de lo que venía haciendo, que es dejar que pase el tiempo. Suele ocurrir cuando uno considera que le está yendo bien, que piensa que le conviene mostrarse tranquilo para que sea el otro el que manifieste nerviosismo. Nada nuevo, al fin y al cabo; todo eso está en el manual más elemental. Incluso ha habido otros a los que no les fue tan bien como esperaban en Andalucía (pongamos el caso de Vox) y no han dado síntomas de adoptar alguna iniciativa correctora. Quizá sea mejor dejar pasar los calores, y el otoño, que promete ser especialmente intenso en todos los aspectos, ya marcará los pasos por sí mismo, una vez que todo entre en el carril electoral ya inminente.
Así estaba el panorama, a grandes rasgos, cuando tuvo lugar la celebración del debate del estado de la Nación, esta vez con particular interés precisamente por ese ambiente previo. Y vaya si dio ocasión para que el impacto andaluz hiciera su tarea.
Ante todo, fue una verdadera pena que el actual líder del PP no pudiera participar en el debate en el Congreso, ya que no tiene la condición de diputado. Tal como están las cosas, el contraste con el Presidente del Gobierno hubiera sido singularmente útil esta vez. Que una parte del interés del debate se centrara en observar los gestos del líder de la oposición, ya que no en escuchar sus propuestas, es una lástima; porque, aunque se suponga que quien intervino en su nombre expresara sus mismas posiciones políticas, no es lo mismo; la escenografía tiene una innegable importancia en estos casos, y faltó eso precisamente, la escenografía adecuada.
A pesar de eso, quedó bien claro que el presidente del Gobierno, en esa condición y en la de responsable del PSOE, planteó el debate como una ocasión principal para marcar territorio político, sin duda pensando en lo que había por detrás y en lo que viene por delante. No de otra forma se explican las propuestas que hizo; sugerentes, llamativas, polémicas, impactantes, que de todo hubo. Las medidas anunciadas tenían una clara inclinación a la izquierda, y la intención parecía fuera de toda duda, en las tres direcciones posibles: soldar grietas con los coaligados en el propio Gobierno, acercar posturas con los apoyos parlamentarios, poner distancia con los adversarios. Para ofrecer ese perfil y conseguir esos objetivos, las medidas estaban bien elegidas, sin duda. Impuestos a los bancos y a las energéticas, ayudas y bonos al transporte, complementos de becas a estudiantes, etc. No hay cosa que marque más tendencia política que las medidas fiscales orientadas hacia ciertos sectores o hacia ciertas empresas, aunque luego no tengan todo el efecto real con que fueron anunciadas. Basta con repasar el impacto mediático del debate en cuestión para comprobarlo; ni un solo medio de comunicación dejó de destacar al giro a la izquierda que suponían las medidas.
Luego vienen las turbulencias habituales: en los aledaños de Podemos y en el incipiente proyecto de Yolanda Díaz, tras la positiva reacción inicial, parecieron caer en la cuenta de que una parte de su discurso podía haber sido aplicada en causa ajena y formularon de inmediato objetivos aún más ambiciosos; ERC se esforzó también con algunos alardes, seguramente pensando en esa reunión pendiente de la 'mesa' de diálogo donde plantearán delicadas cuestiones. El PP, por su parte, no pareció inmutarse demasiado, de nuevo confiado en que puede bastar poner la cesta y sujetarla bien. Y tampoco Vox estuvo especialmente estridente esta vez. En los mismos días del debate, en coincidencia tal vez buscada para incidir aún más en el discurso diferencial, saltó a escena el del Proyecto de Ley de Memoria Democrática, motivo de disidencias de un lado y otro por las aristas que, sin duda, tiene. Y llamó la atención que tanto el PP como Vox pusieran más empeño en este debate que en el otro, quizá porque encontraron en él mejores argumentos.
Ahora vendrá el equívoco y fugaz sosiego de la canícula, pero las espadas y las lanzas han quedado afiladas y dispuestas. Lo que está por ver en otoño, a medida que se acerquen las urnas municipales, regionales y nacionales en 2023, y los sondeos se multipliquen por cientos, es la incidencia real de las posiciones políticas marcadas. Y habrá dos dimensiones a tener en cuenta.
A saber: primero, la eficacia y la credibilidad de las medidas; vale un ejemplo: hace unos días supimos, por una entidad especializada en el análisis fiscal, que aquella Renta Mínima a la que se dio principal importancia como símbolo de la nueva forma de afrontar la crisis, sólo estaba llegando al 40% de las familias que podrían percibirla, quizá por dificultades de gestión o de diseño de la ayuda. O sea, que hay decisiones especialmente atractivas que, si no alcanzan eficacia en su aplicación, dejan de ser creíbles. Segundo, el efecto político en el contexto actual y del próximo futuro. La política tiene mucho de juego de espacios; hay espacios, pero no hay huecos, de manera que, si alguien deja, a un lado o a otro, un hueco, ese espacio vacío se llena enseguida por otro. ¿Pudiera ocurrir que ese deslizamiento del PSOE hacia la izquierda para acotar terreno con sus aliados actuales tuviera como efecto indirecto facilitar al PP la ocupación del centro? No adelantemos acontecimientos, pero es para pensarlo, al menos.
Así que se atisba en el horizonte un otoño prometedor, aunque también preocupante. La deriva que tome la guerra de Ucrania, las posibles crisis energética y alimentaria, la inflación, el encarecimiento de los productos y del dinero, las turbulencias climáticas imprevisibles, tantos factores en estado de complicación. Esperemos que la evolución de la política sea un factor de interés por todo lo que está en juego, y no sea un factor añadido de complicación. Por si acaso, sigan a la sombra y con el botijo a mano. En septiembre hablamos.
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