La jungla de asfalto

En asuntos de ladrillo ya estamos curados de espanto, pero resulta sorprendente el desparpajo gastado en este asunto. Nada de discretos tejemanejes y sutiles recalificaciones en la trastienda de la concejalía; se cuelan de rondón a última hora unas burdas enmiendas en la imprenta y al boletín oficial con ellas. Aquí paz y después gloria.

Incomprensiblemente, han pasado más de tres lustros desde la redacción de aquel texto, así que en la Audiencia Provincial rige estos días la ley de alzhéimer y la memoria lacustre. Planea también la sombra de un arquitecto difunto que, es de suponer, será al que intenten cargar con el mochuelo. Y ahí me las den todas.

Ahora, como diría un porteño, toca embarrar la cancha, echar mano de las conocidas triquiñuelas procesales: indefensión, nulidad, dilaciones indebidas… o escurrir el bulto acogiéndose a sagrado como los perseguidos del Medievo.

Por eso no es de extrañar que, año tras año, el barómetro del CIS coloque al cóctel política-corrupción como una de las mayores preocupaciones de los españoles. El patio de Monipodio. Ya saben, aquel conciliábulo de ladrones, mendigos, falsos mutilados y pícaros de toda laya y condición que Cervantes descubriera en la Sevilla de Rinconete y Cortadillo. «¿Es vuesa merced por ventura ladrón? Sí, para servir a Dios y a las buenas gentes…».

La Seminci, tan dada siempre a proyectar películas de autor situadas en esa tierra de nadie donde se confunde la vanguardia con la tomadura de pelo podría haber exhibido en la sección Punto de Encuentro las sesiones del juicio y galardonar a los encausados como actores de reparto, nunca mejor dicho. La espiga de oro.