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Va llegando la presidencia de Trump, y una nevada ha caído en la Costa Este. Nosotros somos el Trump que nos llega, bravucón entre cuyas ... fanfarrias alguna verdad asomará. Trump, lo sabe en carne propia, tendrá que enfrentarse a eso que llaman la política real, y el resto quedará para su patulea. No obstante, Trump guarda algunas virtudes que lo mismo valen para presidentes de los Estados Unidos de América que para paseador de perros o habilitado de clases pasivas. De Trump, hay que quedarse con los enemigos, incapaces, y mira qué es fácil, de darle una contestación argumentada. Este millonario quizá por eso mismo, por bravucón de película mala del Oeste -aunque sea del Este-, pueda llevar al mundo a un grado supino de tensión y de tontería. A tal efecto sorprende que el mundo, por inercia rara y milenaria, siga girando, que es lo suyo.
Aún quedan para la toma de posesión algunos días. Quizá no haya nada más ocioso que ir proponiendo desde una televisión de esta Europa del sur lo que Trump debe hacer o no según mira el mapa y le sube o le baja la testosterona. Dicen muchos que ha llegado la edad de la hecatombe, pero un caprichoso, cuando se equivoca, es impredecible. También para bien. Trump y Estados Unidos nos importa. España se le pone de perfil; quizá cuando le toquen las bases -si sale en algún programa loco de la gallofa de la no gobernanza-, se acordará de un país en Europa donde la gente también se llama Pancho, Pepe o Manolo. En este momento de la historia, me quedo con que lo que tenga que ser será. Que no toquen a los míos ni a mi perro de porcelana.
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