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Aún te ven mis ojos (Aleixandre), catedral de mis primeros días pincianos, ya dos décadas más tarde. Aún veo tú porte y tus cipreses, y ... sé que, cuando pasen los largos pasos de la burocracia, te remozarán.
Yo soy hijo, también, de una catedral inacabada, que los de mi tierra, Málaga, llaman 'La Manquita'. Hay algo especial en la catedral, en el entorno, en el que el visitante se siente en un paraíso cercano. Los cielos tocan lánguidos y cercanos los techos. Es el escenario de una Semanas Santa que, frente las gloriosas chirimías del Sur, acerca al Hombre con el misterio de la fe. Cuentan también que se abrirá la primitiva Colegiata, que se adecuará la Puerta de Santa María para crearle el espacio diáfano a 'ese poner una catedral en la calle' que es el paso de una cofradía.
Yo escribo de la catedral de la ciudad, que son todas las catedrales del mundo.Tal es mi mirada. Se me vienen aromas herrerianos, aunque el pensar me lleva a otros templos. Renacentistas, barrocos, los nazarenos de piedra de Burgos, de Sevilla. Vuelvo siempre a aquel día, lejano, en que vi la ciudad de joven adulto que nunca perdió los ojos de niño. La vida, al final, es esa sucesión de catedrales. Hay en esa arqueología de lo cotidiano un escalofrío de lirismo y gozo. Una sana cuchillada paseando en el cada día menos temprano crepúsculo, después de unos vinos con el marqués. Ya ven que me conformo con poco, con que tengan en cuenta la catedral que es tener en cuenta al humano en su camino a lo sublime. Hay una España inmutable, pétrea, donde nos fijamos frente a malos porvenires. Donde nos acogemos a sagrado.
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