Investidura, al fin
«Me pregunto si es coherente, si será fácil participar en un gobierno de cuya base constitucional se discrepa, si será fácil aceptar como socio a quien tiene como objetivo eliminar o vaciar la institución»
Tal como estaba previsto, con el retraso un tanto extraño que se había ido acumulando, y sin sorpresas en la votación, al fin hubo investidura. ... El candidato del PP ya es de nuevo Presidente de la Junta, a falta de una inminente toma de posesión del cargo, tras lo que se formará un Gobierno regional cuya estructura y composición está ya establecida, todo ello como consecuencia del acuerdo con Vox, que suma mayoría.
Pero, para estar todo tan previsto, el debate de investidura generó una elevada expectación política y mediática, sin dura relacionada con esas circunstancias que le han caracterizado como un acontecimiento especialmente significativo. Sabido es que en la historia autonómica de aquí no era ésta la primera vez en que se iba a formar un gobierno de coalición; ya hubo uno entre el PP y el CDS, entre 1987 y 1991, y otro más reciente, entre 2019 y 2021, entre el PP y Ciudadanos. Aquellos eran coaliciones más homologables, aunque cada una tuviera aspectos discutibles, como bien se puede deducir de los efectos políticos que derivaron para el socio minoritario en cada caso, mientras que esta coalición de ahora, entre el PP y Vox, venía precedida de un debate más de fondo sobre la oportunidad, la conveniencia y los límites del pacto político como instrumento para la formación de mayorías. Nada más, y nada menos.
Así que no es de extrañar el interés que despertó el debate de investidura en esta ocasión. Yo lo seguí prácticamente íntegro y, en efecto, debo decir que encontré en él ingredientes bien merecedores de comentario. Los selecciono y los describo de forma un tanto desordenada, ya que así se fueron produciendo, en la seguridad de que los tiempos venideros irán permitiendo análisis más sistemáticos a medida que se vaya desarrollando la tarea del gobierno de coalición. De momento, distingo en una síntesis retrospectiva tres capítulos que me llamaron la atención.
El primero, el de las justificaciones, que ocupó amplio espacio, especialmente en el discurso del PP, como era de esperar. Se encontraba ante una doble necesidad de alegar y se entregó a ello con insistencia; porque se trataba de justificar, todavía, la propia convocatoria electoral y, ahora, la decisión adoptada para formar coalición con Vox una vez celebradas las elecciones. Para lo uno no se ahorraron términos gruesos (deslealtad y traición, entre otros) dirigidos por el candidato del PP al residual procurador de Ciudadanos, entonces vicepresidente de la Junta, que respondía en términos similares. Para lo otro, bastaba el argumentario de lo supuestamente inevitable (la voluntad popular, la gobernabilidad estable, la única opción para evitar la repetición electoral). Me pregunto cómo es posible que dos dirigentes que han gobernado juntos durante tres años han podido llegar a tal nivel de agresividad verbal en el ámbito personal, qué saben el uno del otro, cuál sería el grado de oscuridad de la trastienda que han compartido, y si no sería conveniente conocer el detalle de aquella disolución anticipada de las Cortes, si es que lo hay. Me pregunto también, una vez más, si no es cierto que había otra opción que, conscientemente, ni se intentó ni se propuso por quienes podían hacerla viable, o sea, por el PSOE, tal vez para poder ejemplificar de manera visible el discurso de un PP entregado a la ultraderecha en el próximo ciclo electoral, por si eso fuera un buen discurso; y por el PP, tal vez complaciente con la posibilidad de ensayar aquí una coalición que puede reportar ventaja gubernativa a lo largo de ese ciclo. Porque en el debate se percibió más complicidad que incomodidad, o al menos eso me pareció a mí.
El segundo capítulo es el de las posiciones mantenidas, especialmente en los temas que constituyen principios de actuación o que se habían convertido en símbolo político de primer interés. En lo primero, el esfuerzo por compatibilizar (la idea de España, el europeísmo, el modelo autonómico, la recentralización de competencias, etc.) es encomiable; si se trataba de que ninguno de los dos coaligados se viera desairado, es encomiable superponer lo que para uno es creencia y lo que para otro es exigencia. Me pregunto si es coherente, si será fácil participar en un gobierno de cuya base constitucional se discrepa, si será fácil aceptar como socio a quien tiene como objetivo eliminar o vaciar la institución donde ambos pretenden convivir. De esos otros asuntos simbólicos habrá que ver cómo se concretan las iniciativas anunciadas, pero convendrá deshacer algún equívoco. Escuché invocar la igualdad de trato para argumentar el tránsito de la violencia de género a la violencia intrafamiliar y de la memoria histórica a la concordia. Interesante perspectiva para una discusión jurídica de ambos asuntos. Pero no se olvide que, detrás del tratamiento diferenciado de víctimas, hay precisamente una razón seria de reequilibrio transitorio de la desigualdad y de compensación histórica de la discriminación. Así lo vio el Tribunal Constitucional cuando tuvo que juzgar sobre la violencia de género, y así se evidencia cuando se contrapone la gloria y el oprobio de unas y otras víctimas de la represión política durante largo tiempo, por si fuera insuficiente la compasión para superar el desequilibrio entre la exaltación y el desprecio. Dicho de otro modo: la discriminación positiva para restablecer la igualdad también tiene base constitucional; cómo se podría defender si no, con tanto alarde, un tratamiento fiscal no igualitario, más ventajoso en el campo que en la ciudad.
El tercer capítulo, en fin, es el de los detalles, tan diversos, tan reveladores en todo debate. Me produjo tristeza comprobar que en las relaciones personales entre los responsables parlamentarios hay importantes fisuras, con carácter general, y me remito a las expresiones, tan ásperas, pronunciadas y escuchadas. Me produjo perplejidad, en particular, que quien ejerció como portavoz de Vox dedicara una parte significativa de su turno no a exponer su posición, sino a confrontar tan directamente, tan personalizadamente, con tono brusco, con portavoces de otros grupos; era su primera intervención parlamentaria, va a ser Vicepresidente de la Junta, y quizá un poco más de finura institucional y de mano tendida no hubiera estado de más como comienzo, practicando la tolerancia que exige, por supuesto que sin menoscabo de la defensa vehemente de su ideario político. Seguro que se le va a recordar con frecuencia que la Vicepresidencia sin Consejería que va a ocupar no concuerda mucho con la proclama de contención del gasto en el aparato de gobierno y tendrá que ocuparse en hacer visible su utilidad en la contribución al interés general y a la eficacia del gobierno por encima de todo. En lo demás, me reitero y me repito: que Ciudadanos y Podemos habrán de pensar en qué he hecho yo para merecer esto; que los grupos provinciales habrán de esforzarse en combinar la reivindicación territorial con propuestas creíbles de mayor alcance; que al PSOE no le será suficiente con levantar a diario el espantajo de la ultraderecha y tendrá que empeñarse en construir una alternativa competitiva.
Pero tómese todo esto como ocurrencias de un observador antiguo y confuso; y no como lecciones ni consejos, que ya no está uno para tanto.
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