Instantes permanentes
Crónica del manicomio ·
«Sea como fuere, no hay puerto seguro para nadie y solo queda echarse a la mar de cuando en cuando»Leibniz, sabio alemán nacido en 1646, al que la filosofía reconoce como el último genio universal, es autor de una frase disuasoria. Comenta, como si ... enunciara un designio inevitable, que cuando creemos haber llegado a puerto nos encontramos de nuevo en altamar. Este ir y venir sin movernos del lugar es una suerte de condena que nos afecta. Giramos, a su modo de ver, en un círculo inútil, en un eterno retorno que nos colma de vueltas sin poder escapar.
Si este decir fuera cierto, la vida no sería más que una caminata imaginaria destinada a no moverse del punto inicial. Lo cual se puede encajar con el ánimo tranquilo o, al contrario, reconocerlo realmente como una funesta calamidad. Depende en cada caso de lo que entendamos por objetivo o sentido de la vida. Pues para algunos la vida es un simple caminar, dado que lo que haya de ser el futuro les viene sencillamente al pairo, mientras que, otros, ajenos a este escepticismo razonado, hacen gala de la autoridad del creyente y la sienten como una tarea que persigue un necesario destino final.
Sea como fuere, no hay puerto seguro para nadie y solo queda echarse a la mar de cuando en cuando. Quizá por este motivo, cualquier marinero que comprende lo que encierra el destino, llega a confesar que vivir no es necesario pero que sí lo es navegar. Ahora bien, no todos volvemos al mar con el mismo ánimo. Lo que nos distingue es que unos, nómadas y errabundos, dan la vuelta muy despacio y solo de cuando en cuando intentan regresar a casa, conscientes de que nunca llegarán. Mientras que otros, más sedentarios y caseros, todos los días mojan los pies en el agua y vuelven a todo correr al hogar.
Pero esta tipología no completa la humanidad. Hay una clase de personas que viven sujetas a un punto fijo sin girar en círculo ni acortar las distancias de la amistad. Viven atemporales, sin salutíferos horizontes ni reposo en épocas pasadas. Los médicos los llaman psicóticos y nosotros, simples legos de la locura, los llamamos personas atrapadas. Atrapadas en el centro de la verdad. Presas en un relámpago que les aleja de la temporalidad. Sin pasado ni futuro, viven instantes permanentes y brevedades inextinguibles que no aciertan a estirar.
Seguro que Leibniz no pensaba en los locos cuando escribió su frase circular, pues por entonces a nadie le interesaba lo que pudiera pensar o decir un esquizofrénico, caso de que estos existieran con el mismo verbo y la misma soledad que en nuestro siglo. Porque de hacerlo, habría tenido que dar cuenta sobre cómo se puede vivir sobre un grano de arena, al borde de la playa, sin ir para adelante ni para atrás.
Una persona así es un dios para sí mismo y un estorbo para los demás. En su espejo, sin embargo, nos miramos todos, aunque solo sea con la intención de empezar a razonar.
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