Sin ideología, o el orden natural de las cosas
«La configuración de la Semana Santa en Valladolid –tal y como se celebra en la actualidad– recuerda en bastantes aspectos los ejemplos de 'invención de la tradición'»
La gente no sabe ya qué tiene más peligro en esta comunidad. Si que la despoblación y las cifras del desempleo sigan creciendo; que nos ... sobrevuele un proyectil chino -como ocurrió hace unos días-; o la próxima andanada verbal de vicepresidente de la Junta. Por causa de esto último, el periodista Isaías Lafuente se refirió -recientemente- a la declaración del líder regional de la ultraderecha a propósito de la Seminci de Valladolid, con las siguientes palabras: «Si este individuo arremete contra la Seminci por ideológica no sé qué pensará de la Semana Santa». Y es que García-Gallardo había elogiado a la Semana de Cine, por un lado, pero criticando una supuesta «ideologización» de la misma, por otro. Y no es un argumento nuevo, por sorprendente que pueda parecer, ya que -a menudo- desde la cúpula y el entorno de Vox se tiende a descalificar las políticas de los partidos de izquierda como excesivamente «ideológicas». Se trata de una actitud nada infrecuente entre los totalitarismos que tachan de tales al pensamiento o posiciones de otros y, sin embargo, no reconocen los suyos como ideología.
De manera que la alusión -que quizá algunos estimarán extemporánea- a la celebración de la Semana Santa (en ese contexto vallisoletano), cobra un sentido que trasciende lo meramente político o religioso. Ya que, para muchos, las tradiciones son un tema incuestionable en que no ven atisbo de nada que resulte susceptible de considerarse ideológico o partidista. Cuando, en realidad, la 'tradición', en cuanto a concepto segregado de la cultura constituye en sí una aproximación siempre ideologizada hacia ésta. Pues la tradición no consiste sino en el modo por el cual se crea y transmite toda cultura. El antropólogo Robert Redfield distinguía en ese proceso dos posibles tipos de tradiciones, la Gran Tradición y la Pequeña, imaginándolas como extremos de una misma línea, pero en absoluto contrapuestas. Así que, si se la concibe como asunto aparte y se la separa de alguna forma de ella, de su papel habitual como elemento a un tiempo activador y conservador de la cultura, es porque la 'tradición' se ha convertido en otra cosa: porque ha pasado a ser esa recreación de laboratorio que intenta restaurar -en base a las nostalgias o estrategias sociopolíticas- un determinado tipo de pasado. O una visión sesgada e interesada de él.
Puesto que cabe decir que la tradición -desde dicha perspectiva- siempre se inventa. Y no habría de ignorarse que la configuración de la Semana Santa en Valladolid -tal y como se celebra en la actualidad- recuerda en bastantes aspectos los ejemplos de 'invención de la tradición' reunidos por Hobsbawm y Ranger en su conocido libro de ese título. Son, de hecho, varios los autores que atribuyen al arzobispo Remigio Gandásegui el mérito de haber reorganizado, estructurado y potenciado la celebración vallisoletana. Dice su biógrafo Enrique Berzal al respecto que fue precisamente este destacado personaje quien «rescató las impresionantes figuras, abandonadas en el Colegio de Santa Cruz de la ciudad, y el que potenció las majestuosas y multitudinarias procesiones». Es, además, en virtud de la mencionada 'restauración' que Gandásegui hace de esas antiguas ceremonias que se fundan nuevas cofradías y determina el solemne desfile de los pasos de la Pasión, con bandas de cornetas y tambores de acompañamiento, así como con la representación de las autoridades eclesiásticas y civiles de la capital.
No tiene que olvidarse este último detalle, pues es la Semana Santa -en oposición simbólica al 'mundo al revés' que supone el Carnaval- una reconformación del orden y la estructura de poderes, lo que responde habitualmente a la plasmación de una visión de la existencia y, por tanto, de un conjunto de ideas sobre la misma; en suma, de una 'ideología'. Eso que parece repugnar a García-Gallardo y quienes -pensando como él- atribuyen únicamente a la ideologización promovida desde la izquierda un componente denostable y pernicioso. Seguramente porque crean que su manera de pensar y ver el mundo obedece -sin más- al único modo de entender la vida: a algo así como el orden natural de las cosas.
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