Qué es vivir bien
«No consiste en tumbarse a la bartola, sino en sumar a un buen relato unos deseos ajustados y, de vez en cuando, enrolarse en la contienda más próxima»
Hace ya muchos siglos, veinticuatro si no cuento mal, Aristóteles escribió que «las cosas excedentarias son mejores que las necesarias, y, a veces, también preferibles: ... pues vivir bien es mejor que vivir». La frase da mucho que pensar. Según la autoridad aristotélica, vivir bien es mejor que vivir sin más, pero no siempre ni en todos los casos. En un corto espacio y con una breve frase el filósofo suscita varias preguntas decisivas de la ética y la estética de la existencia: qué es vivir, qué es vivir bien, cuándo es mejor una cosa que la otra. Dicho con otras palabras, en qué consiste la buena vida y en qué circunstancias hay que anteponer el sacrificio a la fruición, renunciando a los excedentes del placer pero regodeándose con la abnegación y los deleites del ascetismo.
La historia del cuidado de sí no es nada más que la crónica de respuestas a esta cuestión. Para algunos, vivir bien consiste sencillamente en poder contarlo. «Mientras lo pueda contar…», nos decimos a diario. Es más, para los defensores de esta apuesta narrativa, la vida es buena si se puede explicar. María Zambrano opinaba que no era enteramente desdichado el que puede contarse su propia historia. Cabría pensar, entonces, que la vida de las nuevas generaciones digitales es bastante inhóspita, si fuera cierto que los más jóvenes han perdido capacidad para narrar su existencia y describirse a sí mismos, tal y como insisten muchos estudiosos del perfil mental específico del sujeto contemporáneo. Aunque quizá sea más cierto lo contrario, y los adolescentes vengan a demostrarnos que con cuatro imágenes bien elegidas y oportunamente visualizadas ganamos tiempo y claridad en el trato humano. De ser así, Luis Miguel Dominguín ya no necesitaría hoy salir de casa a todo correr y sin desayunar para ir a contar a los amigos su noche de amor con Ava Gardner. Le bastarían cuatro fotos probatorias y un móvil en la mano.
A diferencia de los que confían tanto en los relatos para rescatar la vida, encontramos también a quien lo hace sobre los gustos y deseos propios. Consideran que vive bien quien consigue ser solo atraído por aquello que está a su alcance y puede lograr. Adaptar la fuente de los deseos a la capacidad para disfrutarlos es una garantía de serenidad que, en apariencia, parece fácil cosechar pero que se nos escapa de continuo como el agua entre las manos. Toda la moral clásica, y la epicúrea en especial, se afanó en llevar ese principio a la práctica con distintos resultados. Nosotros, sin duda, seguimos intentándolo. Lo peor que le puede suceder a alguien, en referencia al bien vivir, es que se empeñe sistemáticamente en lograr lo que no puede conseguir. El resultado siempre será el descontento, la amargura, la irritación y la envidia más ruin.
Pero también hay gente para quien la realidad es una lucha constante, un combate exaltado que hace de la vida buena una guerra sin descanso. Y esta tercera concepción de la existencia feliz parece llenar la conciencia de una población más numerosa de lo esperado. Recordemos que para Heráclito la guerra era el padre de todos, y que incluso para el mismo Kant, poseedor de los principios más trascendentales, acabó reconociendo, si bien algo desesperado, que «la guerra no necesita motivos ni impulsos especiales, pues parece injertada en la naturaleza humana y considerada por el hombre como algo noble». La paz perpetua, que tanto añoraba, no parece estar inscrita en el corazón de los ciudadanos, ni siquiera entre los que se creen más y mejor justificados. La inquietante ética del guerrero recibe estímulos por todas partes. Recordemos como muestra la legendaria respuesta de una madre lacedemónica cuando su hijo lamenta la corta longitud de su espada: «Pues adelanta un paso».
Vivir bien, por lo tanto, no consiste en tumbarse a la bartola, sino en sumar a un buen relato unos deseos ajustados y, de vez en cuando, enrolarse en la contienda más próxima. Contar, desear y pelear son los tres pilares, inevitablemente trágicos, de la vida buena y con encantos.
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