Las plantas
«En esta profesión de alienista hay mucho extravagante que parece competir con sus clientes en materia de ideas inusuales y extraordinarias»
Tengo un antiguo compañero que se precia de que se le dan muy bien las plantas. Y le doy toda la razón, si juzgo por ... las de su casa, siempre lozanas y de buen color. Cuando le pregunté por primera vez si tenía conocimientos de jardinería o de botánica, respondió que ninguno, que él era psicólogo y añadió, como si fuera de suyo, que por eso solo sabía de plantas de interior. Y enfatizó mucho en lo de interior, dándome a entender que sobre lo más interno y profundo era precisamente sobre lo que trabajaba.
Su respuesta no me sorprendió, porque en esta profesión de alienista hay mucho extravagante que parece competir con sus clientes en materia de ideas inusuales y extraordinarias. Pero con el tiempo fue creciendo mi asombro. Caí en la cuenta de que cuando decía que las plantas «se le daban bien», no se refería a sus conocimientos y cuidados sino a una verdadera seducción. Las plantas le querían, le buscaban, le apreciaban. O eso daba a entender. Pensé en la posible existencia de una erotomanía vegetariana. Y digo por qué.
En el sentido técnico de la palabra nosotros no llamamos erotómano a un sujeto enamoradizo o erotizado, sino a quien cree y está convencido de que alguien en concreto se ha enamorado de él. Todo ello, lógicamente, sin visos de realidad, como simple producto de su imaginación. Estaba, por consiguiente, ante un erotómano vegano que se creía amado por sus plantas.
Mi curiosidad, como era de esperar, fue en aumento, pero las respuestas a mis preguntas fueron muy vagas. Es cierto que mis planteamientos iniciales estaban cargados de ignorancia y probables prejuicios en la materia. En cualquier caso, me contestó siempre de forma estereotipada: a más tronco, menos agua; de sol, lo justo; de luz, la necesaria. Tales eran sus escuetas y rutinarias respuestas.
Más tarde, según fui ganando su confianza, o a través de otros compañeros que habían intimado mejor con él, me fui enterando de otros detalles. Supe que las hablaba de continuo y se dirigía a ellas como si se tratara de mascotas vegetales que le acompañaban. Me enteré también de que las colocaba a diferente distancia según criterios de afinidad amistosa. Juntaba a las que se entendían bien y separaba las que a su juicio no congeniaban. Por su mejor amigo llegué a saber que se hacía abrazar por las ramas más grandes y frondosas, mientras que no ponía ningún reparo en besuquear y lamer las hojas más menudas y vistosas. Las flores, sin embargo, no le atraían. Las cuidaba mal y las dejaba marchitar con indiferencia.
Aun admirándole, y sin saber muy bien por qué, pensé que sus ideas eran inhumanas y belicosas. Por si acaso, en un momento determinado, dejé de frecuentarle y me aparté de él.
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