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Pocas palabras son tan plásticas como esta que hoy ocupa la sección semanal del alienista. Sobre las distintas significaciones de 'falta' se apoyan algunas de ... las funciones principales de la vida psíquica. Sin ir más lejos, la del deseo, que se vale de ella más que ninguna otra y la convierte en espoleta y alimento. Necesitamos de su carencia para proveernos de energía y ponernos en marcha. Una de las mayores contradicciones de la experiencia emocional, que tanto condiciona nuestro conocimiento de los procesos mentales, es que al deseo le empuja más la escasez que la abundancia. La 'falta' provoca en nosotros un vacío y una estrechez que nos atrae como un imán y nos arrastra hacia alguna latitud codiciada. Quizá sea la del deseo la única penuria que nos enriquece en directo. Si sucede lo opuesto, si la 'falta' se rellena del todo y la parquedad se erradica, entonces se nos cierran las salidas y el ánimo es alcanzado por las pasiones tristes, que le someten pronto a los sombríos avatares de la depresión y la melancolía.
Desde este punto de mira, la 'falta' es la mejor garantía del bienestar interno. La carencia de algo pone en movimiento nuestro espíritu, que sale en busca de lo que no tiene y, de paso, del encuentro con los demás. Pero también está, por sus posibles excesos, en el origen del decaimiento y la pérdida de voluntad. Hay veces que lo que echamos en falta tiene tanta envergadura o exige tanto esfuerzo que claudicamos y renunciamos a salir detrás. En estas ocasiones la 'falta' nos deprime, entendiendo por depresión, desde esta perspectiva, la renuncia a algo que anhelábamos con la consiguiente paralización del impulso vital. Toda depresión es hija de una 'falta' que se nos ha atragantado y que ya no nos sirve para tirar del carro. En ausencia de la zanahoria con que se le engaña, el asno se detiene, como se detiene el depresivo cuando entiende que perseguir la 'falta' ya no tiene ningún sentido ni favorece cualquier posibilidad. Entonces se acocha, se encama, se inhibe y llora. Toda depresión no es nada más que la constatación de que un muro demasiado alto obstruye la trayectoria del deseo, que se rinde y renuncia a saltar.
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Ahora bien, estas complejas maniobras, que se dan cita en nuestra intimidad, no monopolizan esta historia. Aún hay un grado superior de complejidad. Pues peor que la doble posibilidad de que la 'falta' se vuelva inerme por un doble exceso, porque lo tenga todo y se colmate o porque no tenga nada y se vacíe, existe la amenaza de que falte la 'falta'. En este caso sospechamos que la vida se acuesta y despierta invadida de melancolía.
¿Pero, en que consiste esa falta de la 'falta' que ahora nos preocupa? Solo sabemos que, si acontece, la existencia pierde todo su brillo y volvemos al nivel cero de energía. Mientras la 'falta' se llena o se vacía vivimos bajo la ley de la tierra, expulsados del Paraíso y condenados a penar las tristezas, las pérdidas y los duelos, cabeceando entre las alegrías y las amarguras. En definitiva, vivimos en pecado, que es la forma más sana de afrontar las riquezas y miserias de la vida. No hay nada como la culpa para abonar el deseo y disponernos para la lucha. En cambio, cuando la 'falta' no comparece y no ofrece su bombeo de penas y deleites, cuando falta la 'falta', el mundo se ensombrece, el otro se aleja a la carrera y los placeres se desvanecen. Y si se esfuman todos estos goces y dolores, nos damos cuenta de que el suicidio nos espera a la vuelta de la esquina. Aunque, si conseguimos doblar la calle, ya solo nos queda la inocencia, que es el máximo proveedor de locura. 'Sentirse' inocente no es mala cosa, pues pronto ese sentimiento deberá compartir su éxito con la culpa. Pero 'creerse' inocente conduce directamente a la paranoia, a la desconfianza plena y súbita, a la desesperación de sentirse siempre víctima de alguien y objeto de una persecución indebida. Nos orienta en camino hacia una metamorfosis donde la falta de la 'falta' obliga a morir en vida.
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