La amnesia inolvidable
«Uno puede sentirse herido porque no le protegen lo necesario, por no enseñarle a perder, que es la única manera de ganar, o por quedar encerrado en el seno familiar»
Se ha dicho, sorprendentemente y con un tono especulativo al que ya no estamos acostumbrados, que de las cosas más inolvidables nunca nos acordamos. Es ... más: no podemos acordarnos.
Asumir la frase exige dos o tres lecturas cuanto menos. Pero para captarla mejor se puede recurrir a algún ejemplo. Cabe considerar que hay experiencias muy primitivas en la infancia, inolvidables en la medida que han determinado y determinan los gustos, las elecciones y los comportamientos, de las que sin embargo no guardamos ningún recuerdo. No nos vienen a la memoria, pues no están engramadas en sus circuitos, pero son inolvidables en tanto están presentes en la vida en todo momento. Esta contingencia distingue ante todo a las vivencias que llamamos traumáticas.
Por trauma psicológico entendemos normalmente un acontecimiento que, por resultar insoportable, tiende a ser enterrado en las zonas más arcaicas de la memoria, tanto más profundamente cuanto más precoz sea. Me refiero principalmente a un tipo de sucesos que, por su trascendencia y pese a su hundimiento radical en los sótanos insondables del inconsciente, rompen o descosen la vida, la identidad y los deseos de las personas. Entre ellos figuran los que algunos llaman traumas originarios, de los que nadie está exento porque constituyen una parte inseparable de la condición humana. Por ejemplo, el hecho ineludible de que todos nazcamos unidos a otro cuerpo, cuerpo de madre, y seamos formateados por otras mentes, mentes de padres, de los que tenemos irremediablemente que alejarnos penosamente y separarnos para lograr cierta cordura. La salud mental, al fin y al cabo, no viene dada de por sí, sino que es el resultado de un esfuerzo doloroso, de un duelo, de una pérdida cargada siempre de dolor, tristeza, decepción y venganza.
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En este sentido, la explicación psicológica corre paralela a la formulación bíblica. Según el mito adánico nuestra condición de criaturas proviene de un destierro, de una expulsión del Paraíso que nos obliga a afrontar la existencia bajo el peso del pecado. Un destierro salvífico, en tanto que la cordura –entendiendo como tal y al modo de Freud la capacidad para amar y trabajar– solo puede darse en el ámbito de la culpa y no en el de la inocencia. En todas las formas de locura es la inocencia la que predomina: el otro me perjudica o me persigue y yo soy simplemente una víctima. Con razón a los manicomios se los llamó primitivamente hospitales de inocentes.
En cualquier caso, este trágico accidente, que tiene de trágico el ser imprescindible e inevitable, nos recuerda que todos debemos ser abandonados. Este es nuestro trauma nuclear, el que echa las raíces más profundas en la condición humana, el precio que pagamos por asumir la responsabilidad de nuestros actos.
Todos, en definitiva, pertenecemos a una única raza común, la de los abandonados, como si el nacimiento no fuera más que el equivalente a nuestra escala de la creación divina. Nos nutren, nos protegen, nos miman y finalmente prueban a dejarnos solos a la intemperie del mundo. Si nos empujan demasiado, el sentimiento de abandono se hará más traumático, y si no nos empujan casi es peor, pues quedamos abandonados definitivamente en un círculo familiar estrecho y asfixiante donde estamos aún más solos por permanecer demasiado acompañados. Uno puede sentirse herido porque no le protegen lo necesario, por no enseñarle a perder, que es la única manera de ganar, o por quedar encerrado en el seno familiar. En realidad, no solo abusan de nosotros si nos violentan y maltratan, sino también por exceso de celo, porque nos guardan para ellos, o porque nos dejan marchar bajo indiferencia y desapego.
Es ahí, en el seno del abandono, donde se gesta la inolvidable experiencia que carece de recuerdo. Vivencia tanto más presente cuanto más sufriente y desequilibrado haya sido el resultado. No hay locura que no tenga a la soledad y al abandono como un olvido inolvidable.
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