Eutanasia, moralismo y Dios

Bienvenida la ley que permite aplicar la eutanasia. Otra cosa es la incertidumbre que pende sobre ella. Había prisa por que viese la luz (permítanme ... la licencia), de ahí que la premura en su redacción deje en el aire interrogantes nada desdeñables. Ante la demanda de un paciente para que se le suministre el cóctel mortal, ¿encontrará al sanitario con la disposición a aplicársela? La deontología médica nacional ha hecho acto de presencia y advierte de la cadena de objetores que, por razones de índole moral y acogiéndose a ese código, rehúsen administrar la inyección. En la otra orilla nos encontraremos a quienes no tengan problema en satisfacer los deseos soberanos de una persona que ya no quiere 'estar'. España es un país muy cabrón y a estos últimos se les estigmatizará: «¡ahí va el doctor muerte!» Para evitar ser arrastrados por los mentideros y señalados como asesinos, tal vez se deba habilitar un protocolo que preserve su anonimato, si así lo demandasen. Tampoco puede darse por hecho que quienes vayan a desvanecerse 'motu proprio' tengan la movilidad suficiente para inocularse el veneno en caso de que se produzca un aluvión de objeciones. Entonces tendrían que apelar a la piedad de una persona cercana, a la que colocarían en una tesitura extremadamente intensa. Al célebre Ramón Sampedro tuvieron que quitarle la vida unos amigos, cumpliendo sus deseos. Lo hicieron al margen de la ley y haciendo acopio de una medicación desafortunada y sin garantías suficientes de muerte dulce. Acabó con él, sí, pero le provocó una agonía que fue grabada en vídeo, estertor final estremecedor incluido. Ya tenemos ley; otra cosa es si su ejercicio se desenvolverá en el oscurantismo, pues todos somos verdugos en potencia. Incluso Dios, que nos ama tanto...