Es la economía o es la política
«Decididamente entrados ya en harina electoral (...) no sabemos cuál de los dos discursos va a tener más recorrido y más eficacia»
Para los anales de las contiendas electorales ha quedado como una lección de estrategia aquella frase dirigida al candidato Clinton por su jefe de campaña, ... pronunciada casi como si fuera un exabrupto. Se enfrentaba Clinton en 1992 a Busch padre y estaba aquél empeñado en pronunciar mítines grandilocuentes sobre el papel de los Estados Unidos en el contexto mundial y sobre la contribución norteamericana a la causa de la democracia en todo el planeta a lo largo de la historia. El jefe de campaña iba observando cada vez más que el discurso no funcionaba y que una buena parte del electorado no mostraba el más mínimo interés por aquellos mensajes tan sublimes. Un buen día se armó de valor y le soltó al candidato la frase famosa: «¡Es la economía, estúpido¡». Clinton acusó el golpe, obedeció, dedicó el resto de la campaña a exponer y comprometer medidas de microeconomía, de esas que tienen impacto concreto sobre las personas concretas en un momento concreto. Se acabó lo sublime; vuelta a lo cotidiano. Y ganó las elecciones de largo.
Ocurría que, en aquel momento, la gente estaba más preocupada por su situación y la de su familia, por su empleo, por su hipoteca, por su salario, etcétera, que por la función estelar que los Estado Unidos habían llevado a cabo, y debían seguir llevando, en el resto del mundo.
Se ha especulado después si el exabrupto fue «estúpido» o fue «imbécil», y queda esa duda. De lo que no hay duda es de que hizo fortuna y ha quedado para la historia como un ejemplo de la máxima síntesis en que se puede encerrar toda una estrategia electoral a gran escala, como la que se pone en marcha con ocasión de las elecciones presidenciales en los Estados Unidos.
Y viene todo esto a colación observando cómo se están planteando las cosas por aquí, decididamente entrados ya en harina electoral. Si estoy en lo cierto, se perfilan dos líneas de discurso, la de los integrantes del Gobierno de coalición, con importantes matices recíprocos, y la de los grupos de la oposición, también con sus respectivos matices. Es lógico que cada uno intente centrar su mensaje en la materia donde cree, o sabe, que tendrá ventaja comparativa; otra cosa es que acierte, o que el electorado de crédito suficiente a la línea argumental elegida por cada uno. La contraposición parece evidente: aquí y ahora, o es la economía, o es la política. Tan simple como eso. El apelativo que deba seguir para enfatizar el consejo, en la forma que lo hizo el estratega americano, póngalo también cada uno a su gusto. Obviamente, tanto lo que podemos considerar «la economía», como lo que abarca «la política», debe entenderse a estos efectos en el sentido más amplio posible.
De manera que, a grandes rasgos, el Gobierno parece creer que sus puntos fuertes están principalmente en lo económico; esto es, en las medidas de todo tipo que se han ido encadenando a lo largo de la legislatura para hacer frente a las extremas circunstancias que han sobrevenido (la pandemia, la crisis energética, la guerra, la inflación, etcétera, con tantas secuelas para la economía, las empresas y la ciudadanía en general). Y no solo en ese nivel de la microeconomía; también la evolución de los grandes datos del PIB, el empleo, la fiscalidad, etcétera, ofrecen argumentos aprovechables.
Como decía, todo con sus matices: ha habido medidas insuficientes o poco eficaces; algunas medidas muy anunciadas han llegado poco a los destinatarios; algunos parámetros (¡ay, los precios!) han experimentado notable descontrol, con una especie de funcionamiento autónomo más bien alejado del efecto de las medidas con que se intentó neutralizarlos. En todo caso, la línea básica del discurso, según la cual a las crisis de esta legislatura se ha hecho frente con planteamientos distintos a los de ocasiones anteriores, con propuestas europeas de otro signo, y con mayor disponibilidad de recursos, tiene una credibilidad notable.
La oposición está más a la política, y también es cierto que encuentra argumentos de interés, sabiendo que en la economía tiene menos flanco. El propio funcionamiento del Gobierno de coalición, cuando se suponía que ya había transcurrido un tiempo de prueba suficiente para minimizar las estridencias; las alianzas y apoyos necesarios de socios poco deseables; algunas reformas legales, que siguen destilando consecuencias jurídicas y políticas nada agradables, como es el caso de la 'ley del sí es sí', de ciertos aspectos de la 'ley trans', de las modificaciones inducidas en el Código Penal, con caracteres poco edificantes (léase reformas 'ad hoc', para ciertos delitos específicamente, 'ad casum', para ciertos supuestos en particular, y 'ad personam', para ciertos beneficiarios en concreto), etcétera, etcétera.
Habrá luego variantes cruzadas, sin duda. Hay aspectos de la política que pueden ser invocados y puestos en valor también desde el Gobierno, sea por el grupo mayoritario, el PSOE, sea por Podemos, especialmente en algunas materias, sea por ambos; y hay aspectos de la economía que ofrecen flancos críticos para la oposición, y cuestiones políticas que no serán enfocadas de manera idéntica por PP y VOX.
Tiempo habrá para ir precisando el análisis. De momento pongo atención en esto: que no sabemos cuál de los dos discursos va a tener más recorrido y más eficacia.
Tampoco sabemos, por tanto, si el estratega tiene que gritar ¡es la economía!, o ¡es la política!, y a quién tiene que llamar «estúpido». Démosle tiempo.
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