Días inquietos
Cataluña y Madrid son los dos focos con más onda expansiva potencial para minar la tranquilidad colectiva en la actualidad
Será deseable que estos extraños días de esta rara Semana Santa hayan sido, al menos, propicios para un cierto relajo físico y mental. Rara es ... una Semana Santa en la que no haya habido ni riadas de gente paseando de un lado a otro, ni procesiones ocupando las calles, ni viajeros y visitantes que van y vienen, ni nada de eso que estábamos más o menos acostumbrados a hacer en estas fechas. Por estas tierras nuestras, tan castigadas siempre por el éxodo, muchos paisanos aprovechaban para un regreso nostálgico a las tradiciones del lugar; y es una pena que este año, ya por segunda vez, no hayan podido cumplir con el rito. El año pasado, en pleno confinamiento domiciliario; éste en cierre perimetral; esperemos que el próximo….
Así que, lo dicho; será deseable que, al menos, un poco de sosiego colectivo nos haya acompañado, ocupando ese paréntesis que nos trae del ajetreo socio político del pasado reciente al que se avecina para el futuro próximo. Porque el pasado reciente fue inquieto, pero se nos anuncia un futuro verdaderamente prometedor.
De las mociones de censura, que se encadenaron de forma poco conveniente, según creo, para su propia eficacia, ha quedado un regusto político un tanto agrio. En la de Murcia, porque no tiene mucha lógica que quien está participando en el gobierno de una institución presente una moción de censura contra ese gobierno, sin antes romper la coalición de gobierno, y, a ser posible, justificándolo; en las de Madrid, porque no se presentaban como iniciativa, sino ya como reacción posterior a una disolución anticipada que, a su vez, tenía carácter preventivo y ofrecía dudas más que razonables de oportunidad; en la de Castilla y León, porque pareció muy evidente que se presentaba al rebufo de una operación exógena, y eso pudo restarle parte del significado propio, que lo tenía, a la espera de suficiente maduración. Pero el regusto agrio puede que esté aún más relacionado con esas otras circunstancias colaterales que se pusieron de manifiesto precisamente con ocasión de las mociones: ya saben, las fugas, las piruetas, los saltos de aquí para allá, en forma de transfuguismo puro y duro, o matizado. Puro y duro es el de quien cambia de caballo a mitad de la carrera, recibiendo incluso una montura nueva como recompensa; matizado es el de quien, tras dos años de convivir con el error que invoca, se baja del caballo, pero continúa ocupando sitio en el hipódromo. Pónganle nombre y lugar a cada episodio, y digan conmigo que en nada ayuda todo eso a reducir la desafección que tanto lamentamos.
Culminado ese trance, nos espera ahora más inquietud, si cabe. Un desarrollo incierto de la pandemia, con otra posible oleada en ciernes; una previsión aún no totalmente segura del proceso de vacunación; un horizonte económico oscuro, con nuevas incidencias en la deseada disponibilidad de los fondos europeos. Y en medio de eso, «ese bucle vicioso de la política española», como titulaba hace unos días su preocupante análisis un medio de comunicación, que denominaba así a la mezcla de «transfuguismo, elecciones a destiempo, mociones de censura, insultos en el Parlamento, y tacticismos cortoplacistas» (sic). Me recordó aquella vieja definición que los teólogos medievales hacían del infierno («la reunión de todos los males, sin mezcla de bien ninguno») y, dándola por exagerada, me paré a pensar más selectivamente en los dos focos con más onda expansiva potencial para minar la tranquilidad colectiva en la actualidad. Cosa curiosa, son Cataluña y Madrid; en un caso por lo que está derivando de unas elecciones en el próximo pasado, y en el otro por lo que puede derivar de otras elecciones en el próximo futuro. Pero ambos como máquinas con similar capacidad para esparcir inestabilidad en un nivel superior al que naturalmente les correspondería.
Lo que está pasando en Cataluña, con una doble votación de investidura ya fracasada, cuando todo apuntaba a un entendimiento de nacionalistas, al menos para la segunda votación, es altamente preocupante. El riesgo de una repetición electoral es verosímil, pero hay otro riesgo nada desdeñable, que es el que afecta a la gobernabilidad general. Una parte importante de lo que se está ventilando allí es, ni más ni menos, la posición que el nuevo gobierno catalán haya de mantener frente al Estado en esta fase del famosos 'procés'. Y no pinta bien la cosa, nada bien. Todo parece indicar que la presión ejercida sobre ERC, como condición para su acceso a la Presidencia de la Generalitat, va dirigida a hacerle asumir compromisos en la línea dura. Mala noticia esa. Si ERC no contempla otra opción de alianzas allí, y si eso altera a peor su estrategia en otros ámbitos, podemos entrar en otro bucle de la política española; pero éste, además de vicioso, puede ser profundamente desestabilizador. A buen seguro que nos va a tener ocupados y preocupados; y hará falta claridad y rigor de planteamiento en el Gobierno si se hace evidente que el tiempo de la complacencia y de los gestos ya no vale.
Lo de Madrid es caso aparte. Se está dando carácter de elecciones generales, por sus potenciales efectos, a unas elecciones que no lo son, pero que, en estas circunstancias, lo parecen. Todo está mezclado: la supervivencia de unos, las expectativas de otros, la primacía en cada espacio, la estrategia de frentes, la opción de la transversalidad. Todo lo que condiciona la configuración de la política está ahí metido, y no falta ni un solo ingrediente para una combinación explosiva de resultados, bien aliñados con la salsa picante del cinco por ciento. Vean, si no: unos tomando decisiones sorprendentes y de alto voltaje para superar esa barrera, porque, de no superarla, lo que está en juego ya no es la influencia, sino la subsistencia; otros fiando sus opciones a que algún tercer contrincante no la supere, porque eso hará que el previsible ganador no alcance suficiente mayoría y se abrirán otras posibilidades. No recuerdo que nunca hubiera nada igual en un envite electoral que, al fin y al cabo, es simplemente autonómico, aunque sea en Madrid; ni recuerdo que el panorama político general, y quizá la estabilidad a corto o medio plazo, estuvieran tan afectados en virtud de lo que ocurra. Garantizado está un ambiente animoso, lleno de polarización creciente y de confrontación tensa, en el que no será fácil oírse, y menos aún escucharse, sobre todo para quienes hagan uso de un discurso templado, aspirando a alianzas alejadas del extremismo.
Así que no hay día en que no eche de menos lo que pudo ser y no fue, tras aquellas primeras elecciones generales de abril de 2019, tal vez porque ninguno de los interesados lo quería, aunque unos lo quisieran menos que otros. Me refiero a aquella coalición del centro izquierda que daba mayoría sin más. La del PSOE con Ciudadanos, que Dios guarde. Pero no hay nostalgia peor que añorar lo que nunca jamás existió. Lo dice Sabina y tiene más razón que un santo.
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