La degradación del conocimiento y la gran distopía
La tecnología aplicada para el enriquecimiento o la guerra no es ciencia que merezca esa denominación, sino pura ingeniería del mal o fantasía esclava del delirio
Se ha hablado –e incluso bromead– en los últimos días sobre utopías y distopías, a raíz de un audaz eslogan del Ministerio de Igualdad que ... nombraba a las segundas. Pero la cosa no está como para hacer chistes con dicho término. Ya que hay instantes en que se diría que podemos estar entrando en lo que parece el desenlace distópico de los seres humanos y el planeta que habitan: en la gran explosión final o el verdadero apocalipsis. Lo que mueve a reflexionar acerca del papel de la ciencia y el conocimiento en un presente tan delicado como aterrador.
Porque existe una cierta tendencia de pensamiento, bastante extendida hoy, según la cual el mundo académico en general –y la universidad como institución en particular– se estarían quedando atrás respecto a las transformaciones vertiginosas acaecidas en la sociedad. De manera que aquélla tendría que buscar un nuevo 'nicho' de actividades y –posteriormente– de empleos para sus estudiantes si quiere seguir sirviendo para algo.
En este sentido, la reiteración y creciente uso (dentro de su propio ámbito) de términos como 'digitalización', 'globalización' e 'interdependencia' no resulta –en absoluto– casual o inocente. Podría llegar a pensarse que lo que se nos está diciendo –también– es que, si las nuevas tecnologías y máquinas ya se ocupan de proporcionarnos 'conocimiento exprés' y de almacenar 'sabidurías varias' en una 'biblioteca virtual' –sostenida sobre una 'nube'–, los investigadores o docentes habrán de dedicarse a otros menesteres de utilidad, superando así un papel (denominado como 'tradicional') de 'memorización'. O sea, que como los robots hacen muchas de las cosas que solían hacer los humanos –incluidos los científicos– éstos habrán de esforzarse en acompañar ese proceso, 'guiando e innovando', lo que suena a algo así como a procurar ser más 'entretenidos' y no tan 'pesados' como vendrían siendo en sus funciones.
Se da por hecho que la universidad, renunciando al ejercicio crítico que le es a priori adjudicado, asuma como buenas o insoslayables las derivas de esa globalización –ideológicamente sesgada– que está teniendo lugar en nuestras sociedades. Y comparezca en esta 'fiesta de confusión', cuyo final nada positivo prometía –ni promete–, a modo de mera comparsa. Cuando el desequilibrio y daño social causados por el globalismo, que (hasta ahora) viene siendo pilotado por las directrices de un 'neo-capitalismo salvaje', atentan –precisamente– contra el bienestar de las personas. Y no es en absoluto fiel a los dictados de una tradición humanística ni siquiera los respeta en lo más mínimo.
Lo que no tendría que ser tal; de forma que lo que en el seno de las universidades se discuta y elabore sí posea la importancia que habría de tener cara a la elección de un 'diseño de mundo' en que criterios como la 'ganancia', 'aprovechamiento' o 'rentabilidad' no constituyan los únicos aspectos preponderantes. Porque debería ser ese legado humanístico el que incidiera en las decisiones a tomar por las élites y no al contrario: que unos caminos y resoluciones ya tomados alteren de modo irreversible las prioridades y funciones que la universidad tuvo durante siglos.
Pues hay una responsabilidad indudable de la ciencia en la situación angustiosa que vivimos. Ya que ella debe servir para el conocimiento y mejora o felicidad de los humanos, no para su destrucción. La tecnología aplicada para el enriquecimiento o la guerra no es –muchas veces– ciencia que merezca esa denominación, sino pura ingeniería del mal o fantasía esclava del delirio. Y es que cabría afirmar que, en la actualidad, cuando el riesgo de una hecatombe nuclear se ve como posible, tanta culpa hay que arrojar sobre los que pusieron esas armas en manos de quienes las tienen –y amenazan con emplearlas– como sobre los tiranos mismos.
Porque nunca debería haberse llegado a una situación en que, merced al inmenso poder destructivo que una arriesgada aplicación de la ciencia coloca al alcance de algunos gobernantes, la voluntad de esos pocos individuos pueda decidir la supervivencia o desaparición de la humanidad. Y es espantosa la sola probabilidad de que esto acontezca.
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