Tiempo estival
En los estíos de la aldea vallisoletana dejamos las toses, el frío, las notas, las patadas de los pícaros, las preocupaciones como objetos perdidos que ya nunca volvíamos a recordar
Sobre Castilla gravitan siempre una luz y una trascendencia que no se parecen a las de ninguna otra tierra. La meseta se recrea en sí ... misma –se ensimisma–, en lo que tiene de infinita y de lanzada al horizonte. En los veraniegos campos en barbecho, con los primos, vimos por primera vez lo grande y lo pequeño, la cometa del búho real revoloteando contra el atardecer y el terrón recibiendo las gotas de la vecina tormenta mientras la hilera de hormigas corría a resguardarse. Mientras los científicos y algunos políticos tratan de advertirnos de que la temperatura media del planeta no aumente un grado y medio, límite de seguridad fijado por el Acuerdo de París, en los Campos de Castilla caía un sol de justicia. Pero el calentamiento global entonces se eclipsaba ante el estribillo de los niños en el caliginoso mes de julio, con las vacaciones, los jardinillos llenos de pelotas y soldaditos de plástico y la autoridad vigilante de los padres, que hoy ni está, ni se la espera.Sentíamos a veces un enamoramiento postrero cuando íbamos a volver al colegio, porque habíamos jugado mucho al escondite o a la comba con una vecinita, con Teresa la marquesa, tipití, tipitesa, culpable del galanteo secreto por su alegría contagiosa, su piel rosada de doncella castellanísima, sus pecas en bandada de pájaros y el chupachups en los labios. En los estíos de la aldea vallisoletana dejamos las toses, el frío, las notas, las patadas de los pícaros, las preocupaciones como objetos perdidos que ya nunca volvíamos a recordar. Haber corrido bien y sentarse en uno de los poyos de piedra caliza de la plazoleta, mientras se oía a las gallinas alborotar con los pavos rebeldes, era superar la mortalidad. En esos veranos se movían, sin que lo supiéramos, como sonajeros del alma, todas las cosas benditas que llevábamos dentro, en la plena noche estival, cuando al alzar la mirada llegábamos a ver los palacios del cielo.
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