Nostalgias de primavera

Así, el paseo en que veíamos anunciadas las películas en carteles pegados en las esquinas de los edificios o en las vitrinas de los soportales de la Plaza Mayor sale a nuestro encuentro y no se nos borra por más apagones, pandemias e inundaciones que sucedan, porque esa pinacoteca urbana improvisada, con los míticos escaparates de madera de la Fuente Dorada con sus mil y un tesoros –ay, los pasteles de Padova–, o el despliegue de baratijas de otro tiempo y memoria ancestral de Cantarranas los domingos, cuando íbamos con papá, son indestructibles: hoy todo está en la nube y pendiente de un hilo, de que alguien apague el interruptor voluntaria o involuntariamente, y nos quedemos a dos velas o 'in albis', que decían nuestros mayores.

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Y algunos niños se hicieron mayores con las ambiciones del hombre, su ansia y codicia, afondada hoy en la Inteligencia Artificial, los fondos de inversión, los automóviles 5.0 y un chalet con piscina, como el del exministro. Como el de todos los políticos. Entonces un niño iba en brazos de sus padres, como en atalaya privilegiada, el baldaquino desde el que podíamos observar todo, o cogido de la manita, y era suficiente: porque esa era la verdadera felicidad, aunque no lo supiéramos. Hoy ya solo queremos que vuelva la primavera. Aquella primavera.