Creer. España

He escrito del Mundial, que está desnaturalizado, como un cocotero en mitad de Tierra de Campos. Y no obstante, ya calentaré y me calentaré en lo que es una competición que, también lo he dicho, siempre asocié al verano, no a este tiempo que anuncia calamidades. Y digo que en algo hay que creer con la fe del converso que soy. Porque no creer en nada, es lo peor que se puede hacer. Así que bueno, que me pondré con el mundial, me taparé los lados de los ojos para no ver lo que no quiero ver. Me tragaré con un buen Cigales las chulerías de Luis Enrique, las sobradas de los chicos de la prensa, que hacen lo que pueden entre edificios horteras y estadios que no servirán de nada cuando acabe el meneo mundialista. Hoy espera Alemania, un clásico. Igual lo veo si no ando leyendo o releyendo a Pío Baroja. Con la televisión en silencio, como hacía Lázaro Carreter.

El día más feliz de mi vida fue un 10 de julio, cuando el iniestazo. Desde entonces todo ha ido cuesta abajo. Y si no, vean la hemeroteca y hasta el clima. Cuesta, realmente, hacerse ilusiones. Pero yo he visto resucitar a un perro de porcelana, ustedes lo saben, y con eso creo que está todo dicho. Así que, manta, fe y mundial.