Chile, encrucijada y esperanza
«Llega al poder, con el desafío de afrontar profundas reformas económicas y sociales, una generación de jóvenes que no vivió los horrores de la dictadura»
Daniel Reboredo
Miércoles, 22 de diciembre 2021, 08:01
Chile ha cambiado de ciclo político al imponerse de forma categórica Gabriel Boric en las elecciones celebradas el pasado domingo (55,86% de los votos). ... El que será el presidente más joven de la historia del país y el más votado, líder de la coalición Apruebo Dignidad, ha sacado más de once puntos al candidato del Frente Social Cristiano, el ultraderechista José Antonio Kast. Quien encabezó, junto a Camila Vallejo, Giorgio Jackson y Karol Cariola las grandes manifestaciones que agitaron al país en 2011 exigiendo una educación de calidad, gratuita y libre y quien formó parte del Acuerdo por la Paz que inició el proceso para redactar una nueva Constitución que sustituyera a la de época pinochetista (1973-1990) tendrá ahora que enfrentarse a múltiples desafíos. Desde las consecuencias económicas y sociales de la pandemia a la defensa de los derechos humanos, el impulso a la educación pública y a un servicio de salud universal y el proceso constituyente, pasando por el problema de la vivienda, los bajos salarios, el sistema de pensiones y, fundamentalmente, rehacer y sosegar el clima político y social, muy polarizado y crispado.
El nuevo rostro de la izquierda en América Latina abandera una generación de políticos menores de 40 años que no vivió los horrores de la dictadura pinochetista y que llegará al Palacio de la Moneda. Con ellos deberá enfrentar los problemas citados y, si puede, aceptando la colaboración del Partido Socialista e incluso de la Democracia Cristiana si fuera preciso. Los cambios estructurales y profundos que ha prometido en su campaña electoral exigen la máxima cooperación y el mayor tino. Sin ellos, la lucha contra la desigualdad, la pobreza, el endeudamiento y el «Estado mínimo» creado durante la dictadura tendrán difícil solución.
Asimismo, puede actuar de espejo en la difícil tarea que tiene todo el continente respecto a la decadencia de sus democracias. La calidad y la salud democrática de América Latina atraviesa su momento más quebradizo y débil de los últimos veinte años. El deterioro de su legitimidad institucional (parlamentos, partidos políticos, poder judicial, etc.), agravado por la pandemia, afecta a todos los países del continente, aunque en diferentes grados. Argentina, Barbados, Bolivia, Brasil, Chile, Colombia, Costa Rica, Ecuador, México, Panamá, Perú, República Dominicana, Trinidad y Tobago y Uruguay se mantienen en un estadio medio de práctica democrática. Un grado por debajo estarían Guatemala, El Salvador, Honduras, Jamaica, Nicaragua y Paraguay. Y más abajo encontramos a Cuba y Venezuela.
El retroceso democrático en todos ellos es una realidad en un continente donde la desigualdad, la pobreza y el malestar social que genera, y que se refleja en las protestas ciudadanas de colombianos, chilenos y peruanos, siguen aumentando. Dos décadas después de la intensidad y júbilo con que se celebró la llegada de la democracia a América Latina, tras años de dictaduras y regímenes autoritarios, el aumento y la fuerza del populismo y del autoritarismo en el continente son un síntoma de su fracaso.
Ante esta realidad, la victoria de Boric, tal y como refleja el gran apoyo del candidato opositor y criptofascista Kast, estará tutelada por esta extrema derecha que se nutrirá de los errores del futuro Gobierno a la hora de solucionar o, al menos, paliar, la crisis económica y social del país. Soportar la presión continua de la antipolítica, de la crítica constante al Estado, a la política tradicional, a los partidos y líderes políticos tradicionales, de derecha e izquierda, etc., de la cual también participa el populismo de izquierdas, será una pesada losa que soportar día tras día. Y no olvidemos que, para cualquier Gobierno, sea del color que sea, controlar los desmanes del neoliberalismo extremo de nuestros tiempos tampoco es tarea fácil y que las políticas de redistribución siempre estarán en el punto de mira del beneficio eterno. De ahí que sea tan importante la batalla de las ideas en las sociedades contemporáneas; para manifestar que luchar contra la desigualdad y la injusticia no es fácil. Los estallidos sociales y las fracturas institucionales son la consecuencia lógica de la no solución de estos problemas y los efectos tóxicos de los extremos ideológicos se nutren de ella.
El país andino se encuentra en un momento en el que no están solventadas las materias sociales de las grandes mayorías, ni la crisis institucional y orgánica, ni el anquilosamiento económico y la inflación, ni la crisis sanitaria. La labor de Boric pasa por recuperar la legitimidad del sistema político, caminando hacia la reconstrucción del tejido social y asociativo, la recuperación de la confianza en las instituciones y una nueva y universal educación en pro de paliar la polarización.
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