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Y al tercer día… Un sepulcro vacío, una esperanza llena. La inevitable tensión entre la fe y la razón, que nunca se resolverá del todo ... para chasco de los dogmáticos de una y otra bancada en el parlamento de las cuestiones existenciales, permite vincularse con una doctrina ortodoxa o con la propia consciencia, y vivencia, de unos valores espirituales. Una resurrección de pleno derecho, quizá una invitación a no perder nunca el interés por dotar a la vida de un contenido ilusionante, estimulante, a pesar de los pesares. Los que acontecen antes del tercer día, más que nada porque son los únicos en los que, visto lo visto, podemos actuar, influir, entregarnos o desentendernos para hacer del día a día una tarea digna y respetuosa. Que la muerte no se anticipe al último latido.
Por eso, entiendo que ni la razón ni la fe están legitimadas en exclusiva, desde la óptica humana, para establecer axiomas, para ofrecer demasiados datos sobre el más allá sin la necesaria hoja de servicios del más acá. Días primero y segundo. El tercero pertenece a unos terrenos de dificultosa lidia intelectual. Casi me inclino por dejarle la faena a la intuición, vedados, esos sí, los lances de espectaculares escorzos de la magia y la superstición. Eso de la reencarnación, en sucesivas ocasiones, supongo que con algún certificado de trazabilidad, y normalmente en criaturas de peor calidad para penar por los errores anteriores, pues qué quieren que les diga…
Sospecho que hay tantos modos de imaginar y proclamar el minuto uno tras la muerte como intentos de condicionar la vida, de inocular temores y de generar sumisiones en el escalafón planetario.
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Vinculado como estoy –orgullosamente- a los valores cristianos, a través de esa potencia fieramente humana de Jesús, no me preocupa tanto la eternidad (ya habrá tiempo para ella, ¿no?) como el cotidiano camino de los días. En los que hemos de afirmarnos en la inevitable brega de cada jornada. Y el mejor modo no es sino el desarrollo de nuestras capacidades de esfuerzo, solidaridad y entrega ante las necesidades de nuestro entorno. El amor, a fin de cuentas, sin la ñoñería que tantas veces usurpa su verdadero sentido, impostora infantil e inmadura.
Celebrar la vida, por qué no desde la perspectiva del tercer día, pero con la conciencia de las fechas anteriores, para no caer en beaterías de corta y pega. Mejor, si cabe, sin pensar en dádiva alguna, por muy apetecibles que se nos antojen unas inacabables vacaciones celestiales. 'No me tienes que dar porque te quiera, / pues aunque lo que espero no esperara / lo mismo que te quiero te quisiera', dice ese soneto anónimo que comienza con el verso 'No me mueve, mi Dios, para quererte'. Cuánta razón, incluso sin razones.
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